El riojano ofrece un vivo relato sobre la juventud en la Transición
B. B.
LOGROÑO
«Sólo ahora, envueltos en esa asepsia vital a las que nos han condenado y a la que nos resignamos como si fuese algo inevitable y necesario, podemos observar con la distancia necesaria aquellos años de ideales, de culturas, de contraculturas y de excesos».
César Galiano Royo (nació en Palencia en 1962 pero llegó a La Rioja a los tres meses) vuelve con esta declaración de intenciones a la literatura con 'La generación inexistente' (Editorial El Grito), un fresco sobre una juventud que vivía con intensidad la vida y sobrevivía a los avatares políticos de un país en plena ebullición social. Eran los tiempos de la Transición.
Galiano vivió lo que cuenta, compartió las experiencias de toda una generación que 'sufrió' la Transición desde la juventud. Con semejante perspectiva ha tejido una crónica viva, que profundiza en las emociones y los sentimientos de toda una generación, muchas veces olvidada en panorámicas fugaces sobre una época demasiado marcada por los lugares comunes. Con este libro, Galiano siente haber saldado una deuda «conmigo, con mi tiempo y con mi generación».
La otra Transición
'La generación inexistente' muestra otra perspectiva de la época, con un punto de vista novedoso: «La Transición no es cómo nos la contaron, no fue tan ejemplar como nos han dicho más tarde. Lo que ocurre es que nos va bien que el pasado sea una cosa tranquila y coherente con nuestra actitud actual de, digamos, personas mayores, pero sin embargo la juventud siempre tiene unos puntos que, a veces, la gente prefiere olvidar, como ocurre con ciertos aspectos del pasado». Galiano añade al respecto que «fue una época convulsa, con un muerto diario, con terrorismo de derechas y de izquierdas, una inseguridad ciudadana brutal, un paro asombroso y un futuro negro y, junto a todo ello, un ruido de sables de fondo que se hizo efectivo con el golpe de Estado de Tejero».
La novela narra día a día, noche a noche, la vida de una generación (la que ronda los 45 años), el paisaje humano de la Transición. «Ésta es la razón de que la escribiera porque no hay nada desde este punto de vista. Nos suelen hablar de política y no de toda, sólo de la que les interesa, pero no de la lucha brutal entre partidos y facciones, de unos jóvenes que no teníamos nada, que éramos los últimos monos de la movida, a los que nadie nos tenía en cuenta porque estaba mal visto ser joven, es más, era casi un delito. Vivíamos al día y sabíamos que estábamos al margen aunque tampoco sabíamos muy bien de qué». Su novela está ahí, «en medio de todo lo dicho, entre los punks y los grupos de falangistas, en los bares luminosos de diseño, en medio de las ganas de vivir y, como suele suceder cuando se vive intensamente, muy cerca de la muerte».