García me ha vuelto a pedir que escriba por él, si bien en esta ocasión me suena la anécdota como si la hubiese vivido. No es raro. Se trata de una de aquellas redadas que la policía hacía en los bares a media tarde, cuando aún lucía el sol en la calle y la gente no había pedido la segunda cerveza. Supongo que lo hacían por dos razones fundamentales. La primera, para pillar a todo el mundo con el material que pensara consumir durante la tarde y la noche. Y la segunda, para fastidiar: en esas redadas no daban con nadie que pudiera tener más allá de un par de chinas de hachís. Si algún camello se había dejado caer por allí, seguro que iba más limpio que
Era una tarde de viernes. Mi hermano y yo fuimos a ver un concierto que iba a tener lugar en un bar de moda. Recuerdo que los músicos no eran punks, por ejemplo, o gente que hubiese podido atraer a tíos violentos o pasaos de vueltas, sino más bien pops, modernos o incluso mods; gente tranquila, vamos. De modo que no tenía por qué haber ninguna sospecha.
Al llegar vimos que el concierto iba a retrasarse y, en lugar de pedir las dos copas de rigor, preferimos salir a la calle a fumarnos un porro que llevaba mi hermano. Apenas teníamos más.
Como es natural no nos quedamos ante la puerta del bar para dar el cante. Dimos la vuelta a la esquina y justo a la entrada de una callejuela, donde creímos estar más a resguardo de miradas indiscretas, sacamos la china, el papel, el tabaco y mi hermano empezó a liar la movida. Creo que no pasaron ni cinco minutos cuando paró, frente a nosotros, un coche de la policía.
—Vaya, vaya, vaya —dijo el primer madero que se bajó del coche—, si nos van a invitar a un canuto.
Mi hermano tiró al suelo el porro a medio hacer. En seguida tuvimos a tres pasmas en torno a nosotros. Nos cachearon, vieron que no llevábamos más que una triste china que, por cierto, ni nos quitaron, y al final uno de ellos dijo:
—Bueno, ¿dónde lo habéis comprado?
Mi hermano no reaccionó. Se quedó en silencio, como bloqueado, muy quieto, en medio de un silencio de culpabilidad. El pasma añadió, muy tranquilo:
—Venga, hombre, dime algo, que me lo voy a creer.
Dijo mi hermano sin mirarle:
—En… En la plaza Real.
—¡Claro! —dijo el madero en broma a sus compañeros—. ¡En la plaza Real! ¡Como todo el mundo! Bueno, da igual. Estáis en el bar ese que hay al doblar la esquina, ¿no?
Mentirles habría sido una imbecilidad. Teníamos la intención de acudir luego al concierto y, si les daba por entrar y nos encontraban, íbamos a tener muy difícil una salida airosa. O sea que dijimos que sí, que estábamos en el bar. Un poco más tarde nos dejaron en paz, liamos el canuto que nos quedaba y fuimos al concierto.
Todavía tardaron un poco. Los músicos se hicieron de rogar, pero al final salieron a escena y rasgaron las guitarras para indicar que empezaba el espectáculo. En ese momento se encendieron todas las luces, quitaron el sonido y entraron en el local tres o cuatro docenas de policías.
—¡Todo el mundo a la barra y nada de movimientos raros!
Mi hermano y yo nos miramos como diciendo: No podemos tener tan mala suerte. Fuimos hacia la barra y nos apelotonamos con los demás clientes. Los policías iban pasando ante la gente y después de señalar a un tipo, por ejemplo, le decían:
—Tú, fuera.
El tipo se iba a la calle y los pasmas seguían su ronda de sospechosos. Ante nosotros pasaron dos de los policías de antes. Casi ni nos miraron, como debían hacer con los delatores. La verdad es que me sentí mal, aunque por otra parte supuse que la redada debía estar planeada desde hacía ya tiempo. Era imposible que hubieran montado todo el tinglado en el mínimo tiempo que había transcurrido desde la detención e la calle y el inicio del concierto. Mientras tanto los policías iban señalando y llevándose a más y más gente.
Recuerdo muy bien que un madero, vestido de uniforme y con la metralleta colgada del hombro, se acercó a un tío de complexión fuerte y barba y le dijo:
—Tú, fuera.
El tío ni se inmutó. Cogió su cubalibre y se atizó un lingotazo antes de responder:
—Enséñame tú la placa.
Era una provocación sin sentido. El pasma sacó la placa del bolsillo y llamó a un par de compañeros como diciendo Aquí hay carnaza. Luego le dijo al cliente de barbas:
—Venga, vamos fuera.
—Espera a que acabe el cubata.
Al cabo de dos segundos el tío estaba literalmente rodeado de policías. Con mucha tranquilidad, sabiendo de sobra que le iba a caer una paliza de muy señor mío, se puso a beber el cubata sin peder de vista la mirada del primer madero. Cuando acabó el cubata lo esposaron y se lo llevaron. Poco más tarde se fueron todos los demás y hubo como un suspiro general de alivio entre los que quedamos en libertad. El guitarra del grupo estaba nerviosísimo, el cantante dijo que no tenía ganas de juerga y, al cabo del rato, mi hermano y yo nos fuimos a casa a ver una película hedionda por la tele, asqueados, sin oír el concierto y sin haber disfrutado de los canutos, de las cervezas, ni de nada de nada.
3 comentarios:
asín era!
lo has descrito bien!
Ahora que caigo, movidas del estilo vivimos unas cuantas.
Lo malo es cuando el pasma de turno colocaba "material" a algún pringao para llevárselo por delante.
qué triste!
er jose
Pues mira, Jose, me has recordado un par de escenas.
no lo dudo, hubieron varias movidas cutres del estilo.
Imagina:
Enrique, Juan y yo, por Las Corts, a pié, después de ir a buscar a Juan al Restaurante en donde trabajaba (acababa a la 1:30h de la madrugada).
4 ó 5 años después de la muerte de Paco (el generalísimo!). 1979-1980. 17-18 años, no más.
Ni un alma en la calle.
nos paró la pasma y al no encotrarnos nada, ni una mísera china de chocolate, nos querían colocar un marrón de órdago.
Sacó uno de ellos de su bolsillo una bolsa con algo que debía ser coca, supongo.
Nos lo quisieron colocar.
Se pasaron con Enrique (el charna)por un tubo, es el que llevaba el pelo más largo y pinta de Heavymetalero.
Flipante!
Me cagué.
Literalmente.
Un poco escatólogico, pero el acojone fue importante.
Qué triste!
Er Jose
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