viernes, 18 de abril de 2008

Textos Libres. César (3)

No sé por qué, ayer recordé cómo eran las viviendas de los años anteriores a la Transición, los lugares donde los pertenecientes a la Generación Inexistente vivimos la infancia. Tampoco entiendo por qué he escrito este texto. Pero ya está escrito y, como es gratis hacerlo, lo he subido al blog. Que aproveche. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com.



LAS VIVIENDAS DE CUANDO ÉRAMOS CRÍOS


Los usos y las necesidades han ido cambiando la disposición de las cosas en el interior de nuestras viviendas. Hay que tener en cuenta, además, que los pisos de principios de los setenta eran bastante más amplios que los de hoy en día y que, por ejemplo, disponían de rincones oscuros y salas misteriosas donde nunca entraba nadie. El olor a cerrado y el ambiente de esas habitaciones creaban un respeto muy parecido al miedo. Por lo común eran comedores para invitados de categoría, estaban decorados con muebles repletos de espejos y tenían, en los cajones, las cuberterías de lujo y demás utensilios que no se utilizaban jamás. Ni siquiera los niños entrábamos en esas salas a menos que uno de los amigos se hubiese ocultado mientras jugábamos al escondite. Por cierto, ¿quién puede jugar al escondite en una vivienda de la actualidad?

Un detalle que siempre me ha sorprendido es la ubicación del teléfono. No sé por qué motivo, el teléfono estaba siempre en el lugar más incómodo de toda la casa. No estaba al alcance de la mano, junto al sofá que suele haber frente al televisor o en el cuarto habilitado a modo de despacho. Qué va. Solía estar sobre un mueble ridículo del recibidor, por ejemplo, en medio del pasillo o en la sala que se llamaba “de estar” y donde no estaba nunca nadie. El teléfono no formaba parte de familia, no era un utensilio habitual. Sólo se utilizaba cuando era preciso, cuando llamaba la tía Jenara desde Villanueva del Trabuco o cuando había que llamar al médico porque la estaba palmando la abuela. Eso de hablar por hablar era, pues, incomodísimo, carísimo y, por si eso fuese poco, estaba incluso mal visto.

Las casas de aquellos tiempos tenían unos pasillos irracionalmente largos. Apenas recuerdo un par de casas sin pasillo. Y sí recuerdo, por ejemplo, haber corrido en bicicleta o haber jugado al fútbol en esos pasillos que, si se fundía la luz, atravesábamos a toda velocidad para que no nos atrapasen los monstruos que habitaban las habitaciones deshabitadas. Me refiero otra vez a esos comedores inútiles o a esas salas de estar que, por lo general, se abrían a ambos lados de los pasillos.

Había un solo cuarto de baño y me parece que en aquellas fechas no se duchaba nadie. La gente se bañaba, y no una vez al día precisamente. Ni cada dos días. Normalmente había, junto al jabón y al champú, un trozo de piedra pómez para quitarse uno la mugre a fuerza de mucho frotar. El cuarto de baño de la casa de mis abuelos de Nájera era especialmente curioso. Era enorme, gigantesco. Tanto, que cagar ahí se convertía en una prueba de valor y entereza. Era brutal la sensación de desamparo e indefensión que uno tenía al sentarse en la taza y ver tan lejos todo lo demás. La taza del váter estaba como a unos tres metros de la bañera, a dos del lavabo y a otros dos y medio de la puerta. Los techos eran altísimos, y la puerta, para colmo, era de cristal granulado, de ese que facilita la visión de sombras inexistentes al otro lado. Estaba uno allí, acojonado por la grandiosidad que le rodeaba e intentando acabar de cagar cuanto antes. Cagar allí era una aventura, ya digo, si bien se trataba de un cuarto de baño un tanto excepcional.

El tocadiscos no estaba en el salón o donde se encuentre la tele. Nuestros padres no acostumbraban a escuchar tanta música como lo hacemos nosotros y, por lo tanto, el aparato estaba en la habitación de los hijos. Ahora cada familia dispone de cuantas pantallas de televisión y cuantos cedés quiera, pero entonces había una tele, un tocadiscos y la voz de mi madre cantando mientras hacía las labores de la casa.

En cuanto a lo demás, era poco más o menos como ahora. Los congeladores de las neveras no eran tan grandes como los actuales, claro está. Entonces se utilizaban exclusivamente para tener hielo. Y el hielo no se utilizaba para nada, porque el güisqui era muy caro y normalmente no estaba el horno para bollos. Además, no se congelaba ningún alimento. Ni siquiera el pan.

Y de los dormitorios poco puedo decir. Los de nuestro padres solo servían para dormir. Tenían algo de santuario, de lugar prohibido a los demás mortales y, por supuesto, a los niños. Los nuestros, con una distribución totalmente distinta, eran lugares donde, más que dormir, disfrutábamos las horas que no estábamos en la calle: ahí leíamos, oíamos música, dibujábamos y hacíamos todo lo que hacían los chavales en aquellos días.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo curioso del teléfono es que se sigue chillando innecesariamente por él. No César, el baño no era enorme. Seguro que era grande, pero tú eras un chinorri. Yo recuerdo algo parecido en eso del sustiponcio, por la magnitud del entorno, a la hora del cagar en nuestra casa de madrid y... visto ese espacio años despues... Je! joer que pequeño se es a los tres años, proclamo.
Lo de los fantasmas y habitaciones cerradas no me extraña. Te recuerdo que viviste en un caserón de Reus en el que contestaban al teléfono los habitantes incorpóreos.
Yo estaba presente. No lo niegues.

Anónimo dijo...

No lo niego.

Anónimo dijo...

Pero el cuarto de baño de la casa de mis abuelos de Nájera era enorme. Puedo comparar cuando cagaba allí y cuando cagaba en otro lado, tío.

MIGUEL ANGEL DÍAZ DE QUIJANO SANCHEZ dijo...

jajaja,bueno alrespecto tengo que decir que en micasa de Barcelona, en una habitación de no se, unos 10 metros cuadrados y seguro que me paso de largo dormíamos tres hermanos, hasta que nació mi hermana,por supuesto dormíamos en literas y luego al crecer en camas que se levantaban y otras vicisitudes, recuerdo perfectamente , como si fuera ayer cuando Alfonso le decía a mi hermano Jose ese típico ¡ NO RESPIRES! por las noche pués Jose con el tabique nasal desviado su respiración era un ronquido continuo, por supuesto solo había un lavabo estrecho y pequeño, lo que está claro que antes ygual que ahora había pisos grandes y pisos pequeños, cuando vivía en Madrid el pisazo con dos baños y una cocina donde a mi madre le hacían masajes aprovechando lo grande que era... si que habia un pasillo en forma de ele enorme una habitación para Alfonso otra para Jose y mía y otra para Estela y otra para mis padres con dos entradas etc, etc,también recuerdo las casas del pueblo de la Nava que pasada los colchones no recuerdo si eran de paja , de lana , o yo que se, y a cagar al corral, jajajaja, que bueno.
mike

Anónimo dijo...

Estas hablando de las casa de los "abuelos" o de las casas de los "ricos", porque también habían casa super pequeñas (la de Rafa, sin ir más lejos o la de un amigo del cole en la que, para entrar a su abitación; tenias que hacerlo por encima de su cama). Mi casa si era grande y la de mis abuelos más. Y la tuya no digamos (no se si recuerdas que tu tenias todo un piso para jugar ... en el que - con tu caracteristico estilo Rodriguez de la Fuente - montaste un zoologico en una ocasión).
En casa de mis abuelos habían abitaciones secretas (no para mi, que me metia en todas partes) e incluso muebles con departamentos escondidos a los que solo podia acceder mi abuela.
Que recuerdos!!

LLuis

Anónimo dijo...

Yo estuve en casa de Cesar en Reus y puedo constatar que el pasillo era interminable, y el baño enorme. Pero peor eran los lavabos de las colonias en La Possoniere