lunes, 21 de abril de 2008

Textos Libres. Lluis (9)

Este blog debería llamarse La Generación Inexistente según Lluis. De hecho, aunque Lluis no haya leído aún la novela, uno de los personajes principales está inspirado en él. O sea que me parece que estamos ante un hecho insólito. ¿Cuándo se ha visto, si no, que los lectores de una novela que todavía está en la imprenta puedan leer, no las opiniones del autor, sino las de uno de los personajes? Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com.



PADRES E HIJOS (MFSB)

Entre paréntesis aparecen unas siglas. Son de una formación músico-vocal que pertenecía a una asociación de músicos que se reunían bajo el nombre de «El Sonido de Filadelfia» y que, como le encantaban a uno de mis mejores amigos de entonces, escuchábamos continuamente. Eran recopilatorios en formato Lp de varios artistas; entre ellos, The O'Jays, Three Degrees y, cómo no, los MFSB. La traducción del inglés es: Madres, Padres, Hermanas y Hermanos, y va de perlas para el texto que se acompaña y que trata de las relaciones (siempre maravillosas) entre Padres e Hijos.

Los padres de los amigos de nuestra generación eran, para la mayoría de nosotros, unos auténticos desconocidos. Si lo eran los nuestros (los propios), ¡¡cómo no iban a serlo los de los demás!! Coincidimos en algunas ocasiones, sabíamos quiénes eran (como para reconocerlos si nos cruzábamos por la calle), pero poco más. Hoy en día muchos padres viven por y para sus hijos e incluso sus amigos son los padres de los amigos de sus hijos. Antes no era exactamente así. Como mucho, nos relacionábamos con las madres porque eran las que encontrábamos en casa, cuando íbamos a ver a nuestros amigos, aunque de confianza, en general, poca.

En primer lugar pienso que algunos de aquellos padres envidiaban a sus propios hijos. Los envidiaban por tener más libertad que la que ellos habían tenido, más facilidad para las relaciones (también las sexuales), o por tener cosas con las que ellos nunca hubieran podido ni soñar. Algunos llegaban incluso a imitarlos, buscando vestirse como ellos, escuchar su música o salir con chicas mucho más jóvenes (no las amigas de sus propios hijos, pero casi), aparentar que estaban en el «rollo» o incluso que tomaban sustancias que ni siquiera sabían lo que eran. Gracias a ese comportamiento tan infantil, algunas parejas (algunos padres de nuestros amigos) se separaron. Y me consta que no por culpa de ellas, que habían sido educadas para cuidar a los hijos de ambos y de la casa y se daba por hecho que no entendían (o no tenían opción de entender) otra vida fuera de aquel entorno. En ocasiones incluso el círculo de amistades tenía que ver con el entorno familiar o amistoso de sus maridos, por lo que su vida social era reducida o nula.

A pesar de ello, las madres apoyaban y defendían a los maridos y padres ante cualquier eventualidad y a los hijos se les enseñaba un respeto que, muchas veces, no incluía a las mujeres. Como cuando los maridos (que habían estudiado una carrera y ejercían una profesión, mientras sus mujeres se ocupaban de «sus labores»), ante una opinión de ellas, aseveraban:

—Tú cállate, que de estas cosas no entiendes.

Las abuelas aleccionaban a sus hijas para que obedecieran a sus maridos, haciendo todo lo que ellos les pedían y desearan. Y ellas aceptaban ese papel.

Aquellos padres también introdujeron en muchos de sus hogares (y sin pudor) el tabaco, el alcohol o publicaciones de contenido erótico (quién no ha bebido vino con gaseosa en las comidas o no ha ojeado un «Interviu»), pero difícilmente hablaban con sus hijos de sexo o del consumo de determinadas sustancias. Como mucho, se preocupaban de sus estudios (o de dar la bronca cuando llegaban las notas... que no es lo mismo, pero es igual). Algunos (de formación católica) sermoneaban a sus hijos como lo hacían los «formadores», dando siempre la razón a estos últimos (la palabra y la opinión de los hijos tenía, en muchos casos, escaso valor).

Ese «respeto» tenía bastante que ver con la distancia en el trato. Un buen ejemplo es el que refiere la película «Jumanji», aunque trate teóricamente de una época anterior: cuando el padre del protagonista es acusado de pegar a su hijo y éste responde (como defensa) que cómo iba a maltratarle cuando ni tan siquiera le tocaba (refiriéndose a un trato cercano, a muestras de cariño). Se creía que, si se mantenían las distancias, se alentaba el respeto.

Los hermanos mayores también debían asimilar funciones que no les correspondían. Acompañar a sus hermanos a cualquier sitio y hacerse responsables de ellos (a mí me daba más miedo lo que pudieran hacerme mis padres si a mi hermano pequeño le pasaba algo, que lo que le pudiera pasar a él). Cuando un crío no estudiaba, la frase típica era (al hermano mayor): «Ayuda a tu hermano» o «si no ayudas a tu hermano a hacer los deberes, no saldrás». En ocasiones también los mayores debían «cargar» con los pequeños cuando salían con sus amigos, con lo que se creaban unos «lazos de amistad» increíbles entre hermanos. Sé de hermanas mayores que han tenido que cuidar de sus hermanos pequeños como si fueran sus hijos, perdiendo o dejando de hacer cosas que les correspondían hacer a su edad. El padre era el patriarca, ¡¡y los demás obedecían!!

Había, creo (en general... aunque también había algún padre «progre»), un abismo entre padres e hijos que se fue haciendo mayor a medida que la sociedad fue evolucionando. Cuando llegó la libertad, la falta de argumentos (el «sí, porque sí» o «porque yo lo digo») dejó de tener validez («Cállate porque te lo digo Yo... y soy tu padre», «Vete a la cama», «No quiero verte más con esa gentuza», «¿Has visto la pinta que traes?»...).

Es curioso cómo entonces (y también ahora, en muchos casos) los hijos podían sentirse más cerca de los abuelos que de los padres (bueno, ahora lo que pasa es que, si no hubiera abuelos, algunos incluso no tendrían hijos), pero lo que es difícil de entender es que un padre quiera tener a su hijo como «un colega»... una auténtica patraña.

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