miércoles, 30 de abril de 2008

martes, 29 de abril de 2008

martes, 22 de abril de 2008

Corto Maltés

Desde mi punto de vista, es el personaje de cómics más fascinante. Vi una de sus historietas por primera vez a principios de los setenta, no sé si en francés o en italiano, entre los cómics que mi hermano José Luis sacaba de no sé dónde y metía en casa. Desde entonces le he seguido la pista. Y no sólo por él en sí mismo. Su creador, Hugo Partt, supo hacer que los personajes secundarios de sus aventuras, muy a menudo extraídos de la historia real, sean casi tan fascinantes como él: Rasputín, Tiro Fijo, Saint-Exupéry e incluso Buenaventura Durruti. ¿Quién iba a decirme que, muchos años después, iba a ver a Corto Maltés en una película cojonudamente hecha?

lunes, 21 de abril de 2008

Textos Libres. Lluis (9)

Este blog debería llamarse La Generación Inexistente según Lluis. De hecho, aunque Lluis no haya leído aún la novela, uno de los personajes principales está inspirado en él. O sea que me parece que estamos ante un hecho insólito. ¿Cuándo se ha visto, si no, que los lectores de una novela que todavía está en la imprenta puedan leer, no las opiniones del autor, sino las de uno de los personajes? Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com.



PADRES E HIJOS (MFSB)

Entre paréntesis aparecen unas siglas. Son de una formación músico-vocal que pertenecía a una asociación de músicos que se reunían bajo el nombre de «El Sonido de Filadelfia» y que, como le encantaban a uno de mis mejores amigos de entonces, escuchábamos continuamente. Eran recopilatorios en formato Lp de varios artistas; entre ellos, The O'Jays, Three Degrees y, cómo no, los MFSB. La traducción del inglés es: Madres, Padres, Hermanas y Hermanos, y va de perlas para el texto que se acompaña y que trata de las relaciones (siempre maravillosas) entre Padres e Hijos.

Los padres de los amigos de nuestra generación eran, para la mayoría de nosotros, unos auténticos desconocidos. Si lo eran los nuestros (los propios), ¡¡cómo no iban a serlo los de los demás!! Coincidimos en algunas ocasiones, sabíamos quiénes eran (como para reconocerlos si nos cruzábamos por la calle), pero poco más. Hoy en día muchos padres viven por y para sus hijos e incluso sus amigos son los padres de los amigos de sus hijos. Antes no era exactamente así. Como mucho, nos relacionábamos con las madres porque eran las que encontrábamos en casa, cuando íbamos a ver a nuestros amigos, aunque de confianza, en general, poca.

En primer lugar pienso que algunos de aquellos padres envidiaban a sus propios hijos. Los envidiaban por tener más libertad que la que ellos habían tenido, más facilidad para las relaciones (también las sexuales), o por tener cosas con las que ellos nunca hubieran podido ni soñar. Algunos llegaban incluso a imitarlos, buscando vestirse como ellos, escuchar su música o salir con chicas mucho más jóvenes (no las amigas de sus propios hijos, pero casi), aparentar que estaban en el «rollo» o incluso que tomaban sustancias que ni siquiera sabían lo que eran. Gracias a ese comportamiento tan infantil, algunas parejas (algunos padres de nuestros amigos) se separaron. Y me consta que no por culpa de ellas, que habían sido educadas para cuidar a los hijos de ambos y de la casa y se daba por hecho que no entendían (o no tenían opción de entender) otra vida fuera de aquel entorno. En ocasiones incluso el círculo de amistades tenía que ver con el entorno familiar o amistoso de sus maridos, por lo que su vida social era reducida o nula.

A pesar de ello, las madres apoyaban y defendían a los maridos y padres ante cualquier eventualidad y a los hijos se les enseñaba un respeto que, muchas veces, no incluía a las mujeres. Como cuando los maridos (que habían estudiado una carrera y ejercían una profesión, mientras sus mujeres se ocupaban de «sus labores»), ante una opinión de ellas, aseveraban:

—Tú cállate, que de estas cosas no entiendes.

Las abuelas aleccionaban a sus hijas para que obedecieran a sus maridos, haciendo todo lo que ellos les pedían y desearan. Y ellas aceptaban ese papel.

Aquellos padres también introdujeron en muchos de sus hogares (y sin pudor) el tabaco, el alcohol o publicaciones de contenido erótico (quién no ha bebido vino con gaseosa en las comidas o no ha ojeado un «Interviu»), pero difícilmente hablaban con sus hijos de sexo o del consumo de determinadas sustancias. Como mucho, se preocupaban de sus estudios (o de dar la bronca cuando llegaban las notas... que no es lo mismo, pero es igual). Algunos (de formación católica) sermoneaban a sus hijos como lo hacían los «formadores», dando siempre la razón a estos últimos (la palabra y la opinión de los hijos tenía, en muchos casos, escaso valor).

Ese «respeto» tenía bastante que ver con la distancia en el trato. Un buen ejemplo es el que refiere la película «Jumanji», aunque trate teóricamente de una época anterior: cuando el padre del protagonista es acusado de pegar a su hijo y éste responde (como defensa) que cómo iba a maltratarle cuando ni tan siquiera le tocaba (refiriéndose a un trato cercano, a muestras de cariño). Se creía que, si se mantenían las distancias, se alentaba el respeto.

Los hermanos mayores también debían asimilar funciones que no les correspondían. Acompañar a sus hermanos a cualquier sitio y hacerse responsables de ellos (a mí me daba más miedo lo que pudieran hacerme mis padres si a mi hermano pequeño le pasaba algo, que lo que le pudiera pasar a él). Cuando un crío no estudiaba, la frase típica era (al hermano mayor): «Ayuda a tu hermano» o «si no ayudas a tu hermano a hacer los deberes, no saldrás». En ocasiones también los mayores debían «cargar» con los pequeños cuando salían con sus amigos, con lo que se creaban unos «lazos de amistad» increíbles entre hermanos. Sé de hermanas mayores que han tenido que cuidar de sus hermanos pequeños como si fueran sus hijos, perdiendo o dejando de hacer cosas que les correspondían hacer a su edad. El padre era el patriarca, ¡¡y los demás obedecían!!

Había, creo (en general... aunque también había algún padre «progre»), un abismo entre padres e hijos que se fue haciendo mayor a medida que la sociedad fue evolucionando. Cuando llegó la libertad, la falta de argumentos (el «sí, porque sí» o «porque yo lo digo») dejó de tener validez («Cállate porque te lo digo Yo... y soy tu padre», «Vete a la cama», «No quiero verte más con esa gentuza», «¿Has visto la pinta que traes?»...).

Es curioso cómo entonces (y también ahora, en muchos casos) los hijos podían sentirse más cerca de los abuelos que de los padres (bueno, ahora lo que pasa es que, si no hubiera abuelos, algunos incluso no tendrían hijos), pero lo que es difícil de entender es que un padre quiera tener a su hijo como «un colega»... una auténtica patraña.

viernes, 18 de abril de 2008

Textos Libres. César (3)

No sé por qué, ayer recordé cómo eran las viviendas de los años anteriores a la Transición, los lugares donde los pertenecientes a la Generación Inexistente vivimos la infancia. Tampoco entiendo por qué he escrito este texto. Pero ya está escrito y, como es gratis hacerlo, lo he subido al blog. Que aproveche. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com.



LAS VIVIENDAS DE CUANDO ÉRAMOS CRÍOS


Los usos y las necesidades han ido cambiando la disposición de las cosas en el interior de nuestras viviendas. Hay que tener en cuenta, además, que los pisos de principios de los setenta eran bastante más amplios que los de hoy en día y que, por ejemplo, disponían de rincones oscuros y salas misteriosas donde nunca entraba nadie. El olor a cerrado y el ambiente de esas habitaciones creaban un respeto muy parecido al miedo. Por lo común eran comedores para invitados de categoría, estaban decorados con muebles repletos de espejos y tenían, en los cajones, las cuberterías de lujo y demás utensilios que no se utilizaban jamás. Ni siquiera los niños entrábamos en esas salas a menos que uno de los amigos se hubiese ocultado mientras jugábamos al escondite. Por cierto, ¿quién puede jugar al escondite en una vivienda de la actualidad?

Un detalle que siempre me ha sorprendido es la ubicación del teléfono. No sé por qué motivo, el teléfono estaba siempre en el lugar más incómodo de toda la casa. No estaba al alcance de la mano, junto al sofá que suele haber frente al televisor o en el cuarto habilitado a modo de despacho. Qué va. Solía estar sobre un mueble ridículo del recibidor, por ejemplo, en medio del pasillo o en la sala que se llamaba “de estar” y donde no estaba nunca nadie. El teléfono no formaba parte de familia, no era un utensilio habitual. Sólo se utilizaba cuando era preciso, cuando llamaba la tía Jenara desde Villanueva del Trabuco o cuando había que llamar al médico porque la estaba palmando la abuela. Eso de hablar por hablar era, pues, incomodísimo, carísimo y, por si eso fuese poco, estaba incluso mal visto.

Las casas de aquellos tiempos tenían unos pasillos irracionalmente largos. Apenas recuerdo un par de casas sin pasillo. Y sí recuerdo, por ejemplo, haber corrido en bicicleta o haber jugado al fútbol en esos pasillos que, si se fundía la luz, atravesábamos a toda velocidad para que no nos atrapasen los monstruos que habitaban las habitaciones deshabitadas. Me refiero otra vez a esos comedores inútiles o a esas salas de estar que, por lo general, se abrían a ambos lados de los pasillos.

Había un solo cuarto de baño y me parece que en aquellas fechas no se duchaba nadie. La gente se bañaba, y no una vez al día precisamente. Ni cada dos días. Normalmente había, junto al jabón y al champú, un trozo de piedra pómez para quitarse uno la mugre a fuerza de mucho frotar. El cuarto de baño de la casa de mis abuelos de Nájera era especialmente curioso. Era enorme, gigantesco. Tanto, que cagar ahí se convertía en una prueba de valor y entereza. Era brutal la sensación de desamparo e indefensión que uno tenía al sentarse en la taza y ver tan lejos todo lo demás. La taza del váter estaba como a unos tres metros de la bañera, a dos del lavabo y a otros dos y medio de la puerta. Los techos eran altísimos, y la puerta, para colmo, era de cristal granulado, de ese que facilita la visión de sombras inexistentes al otro lado. Estaba uno allí, acojonado por la grandiosidad que le rodeaba e intentando acabar de cagar cuanto antes. Cagar allí era una aventura, ya digo, si bien se trataba de un cuarto de baño un tanto excepcional.

El tocadiscos no estaba en el salón o donde se encuentre la tele. Nuestros padres no acostumbraban a escuchar tanta música como lo hacemos nosotros y, por lo tanto, el aparato estaba en la habitación de los hijos. Ahora cada familia dispone de cuantas pantallas de televisión y cuantos cedés quiera, pero entonces había una tele, un tocadiscos y la voz de mi madre cantando mientras hacía las labores de la casa.

En cuanto a lo demás, era poco más o menos como ahora. Los congeladores de las neveras no eran tan grandes como los actuales, claro está. Entonces se utilizaban exclusivamente para tener hielo. Y el hielo no se utilizaba para nada, porque el güisqui era muy caro y normalmente no estaba el horno para bollos. Además, no se congelaba ningún alimento. Ni siquiera el pan.

Y de los dormitorios poco puedo decir. Los de nuestro padres solo servían para dormir. Tenían algo de santuario, de lugar prohibido a los demás mortales y, por supuesto, a los niños. Los nuestros, con una distribución totalmente distinta, eran lugares donde, más que dormir, disfrutábamos las horas que no estábamos en la calle: ahí leíamos, oíamos música, dibujábamos y hacíamos todo lo que hacían los chavales en aquellos días.

jueves, 17 de abril de 2008

Gang of Four

Me extrañó, hace un par de años, que un muchacho me hablase de los Gang of Four. Creía que, al menos en España, sólo los conocimos unos cuantos hace muchos años y que luego se disolvieron sin pena ni gloria. Pero no. Debe ser cierto eso de que algunos jóvenes tiren del hilo de la música de los ochenta. Desde luego, los Gang of Four suenan hoy casi tan bien como en aquellos tiempos.

martes, 15 de abril de 2008

Devo

La versión que Devo hizo del legendario Satisfaction de los Rolling Stones nos dejó helados. Siempre me ha parecido muy superior a la versión original. Los Devo acaudillaron la tendencia futurista de la época. Ya he dicho que por aquellos días aún no habían hecho ese molde con el que luego han horneado a tantos grupos. Había de todo. Y Devo es una prueba, claro. En medio del nacimiento del punk, los Devo aparecían vestidos de marcianos y tocaban una música pretendidamente del futuro, con la fuerza del punk, pero sin ser punk. Estaban como cabras. Por eso, y por algo más, nos gustaban.

lunes, 14 de abril de 2008

Textos Libres. Lluis (8)

Lluis vuelve a la carga con sus recuerdos. Hoy mezcla los libros de literatura con los de cómics. Y tiene razón: tanto unos como otros conformaron nuestro bagaje cultural. Sólo los bobos pretenden que unos tengan más valor que los otros. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com.


ESOS LIBROS

(Con viñetas o incluso sin ellas)

No recuerdo exactamente cuándo empecé a «aficionarme» (como aquel que nos dio la charla en el colegio y que cogió el hábito... pero de fumar) a la lectura... pero creo que fue a muy corta edad. No tengo muchos recuerdos sobre cuentos infantiles y todas esas cosas, por lo que tengo la duda de si me aficionaron o me aficioné yo solo (aunque esto último, y con la ayuda de mis hermanos, me parece más probable).

Eso sí: en mi casa (como en casi todas las casas que recuerdo) siempre había libros (en mayor o en menor medida). Incluso aquellos «falsos» de decoración tras los cuales, a veces, se escondían cosas. O las enciclopedias de la época que estaban en todas las casas: Monitor, Ciencias...

Algunos de aquellos primeros recuerdos de lectura, aparte de la literatura o la poesía clásica que nos hacían leer y aprender, en algunos casos, de memoria (en nuestro colegio... tal vez una de las pocas cosas buenas que hicieron), me llegan desde mi habitación (que compartía con dos de mis hermanos). Son los recuerdos de aquellos libros de «Aventuras» con aquellas páginas de «historietas» que se alternaban con las de texto. Las Aventuras de Julio Verne, de Tom Sawyer, Oliver Twist y otros cuentos de Dickens o de los Hermanos Grimm, las Aventuras de los Cinco (y luego de los Siete), junto a la amplísima colección del «Coyote»... Primero leíamos las páginas de dibujos, las historietas, y éstas conseguían que nos engancháramos a la trama del libro y decidiéramos leerlo del todo. Nunca leer fue tan fácil ni tan divertido. Aquellas historias adaptadas nos ayudaban a descubrir todo un mundo de emocionantes aventuras, vividas sin movernos de nuestra habitación (y eso sin dejar de tener muchas aventuras en la calle... cosa que hoy en día no ocurre). Esas lecturas las alternábamos con los cómics de nuestros abuelos y padres: El Príncipe Valiente de Hal Foster, Tarzán de Burne Hogarth, el Hombre Enmascarado o los cómics de Milton Caniff, junto con los de Blasco o Freixas.

De allí pasé a la colección de libros clásicos de mis padres, encuadernados de forma magistral y con unas ilustraciones bellísimas. Shakespeare, Dostoievski, Cervantes, La Novela picaresca, La Comedia Humana de Balzac...

A partir de allí, fue la locura. La necesidad de leer continuamente (para evadirme de la realidad, seguramente, y para conocer otras realidades), de conocer, de descubrir, de vivir, al fin y al cabo. Cómics del Portugués Coelho (La Ley de la Selva), Litle Nemo in Slumberland, los de Eisner o Li'l Abner (que mis abuelos tenían en edición extranjera). Llegaría también el gran Herman Hesse (escuchábamos a un grupo que se llamaba Stepenwolf, como el título de uno de sus libros). Confieso que aprendí mucho sobre la vida, sobre el bien y el mal, sobre el hombre y sus flaquezas, leyendo aquellas páginas (referenciar aquí la portada extraordinaria del disco de Santana «Abraxas»). Los libros no se medían por sus páginas y no nos daba miedo introducirnos en grandes aventuras como «El Señor de los Anillos» de Tolkien u otros. También Michael Ende, George Orwell, junto con los libros de la Marvel: Nick Fury, Estela Plateada, Kazar... o los extraordinarios dibujos de Neal Adams (Linterna Verde, Batman, Conan...). Buscábamos en las estanterías de las librerías cuanto cómic pudiéramos absorber: la publicación Gaceta Junior, Drácula (Enric Sió, Maroto...), Delta 99, 5xInfinito (Carlos Giménez), Dossier Negro, Vampus, Rufus, Vampirela...

La publicación TRINCA salió cuando yo tenía 12 años, aproximadamente. Allí descubrimos las historietas que tanto nos marcaron de Palacios (Manos Kelly, El Cid, La Paga del soldado...), Víctor de la Fuente (Haxtur, Mathai-dor...), Ventura y Nieto, Brocal Remohí (Kronan)...

Los libros de tapas duras de Lucky Luke, Astèrix, Tintin, Blueberry... O las historias de Mort Cinder, de Alberto Breccia (entre tantos).

Y llegó la época dorada de los cómics en nuestro país a finales de los 70 y principios de los 80. De las primeras lecturas en catalán con los libros de Quim Monzó o de Manuel de Pedrolo, por poner solamente dos ejemplos. Y los grandes libros, como La Madre de Gorky o Ulises de Joyce (impresionante). Publicaciones de cómics de gran calidad como 1984 (después Zona 84), Creepy, Comix Internacional, Totem, Heavy Metal, Blue Jeans, Cairo, Bésame Mucho, Vértigo, Bumerang, Cimoc, Pilot, El Víbora, El Papus, Rambla...

Las portadas (extraordinarias) de Corben, Enrich , Sanjulián o Frazetta. Los cómics de Manara, del incomparable MOEBIUS, José Gonzalez, Carlos Giménez, Luis García, Jeff Jones, Piter Pontiac, José Ortiz, Fernando Fernández, Horacio Altuna... las ilustraciones de Boris Vallejo...

¿De dónde sacábamos tiempo para leer todo aquello? ¿Para escuchar tanta música? ¿Y para salir con los amigos?

También me apetece recordar aquí los libros de Jack Kerouac, William Burroughs, Charles Bukowski, Alfred Jarry, Julio Cortázar, Woody Allen, Groucho Marx, Edgar Allan Poe, Emile Zola, Kafka, Bertold Brecht, Machado, Lewis Carrol, Rafael Alberti, Neruda... Además de toda la poesía cantada, escuchada, aprendida (la mejor manera de memorizar una poesía, mediante una canción) con Serrat, Paco Ibáñez, Ramón Muntaner, Raimon, Ovido Montllor.

Y en verano, en el camping de Salou, las publicaciones para los extranjeros: Los cómics franceses de Pilote (Luis García, Carlos Giménez...), Lucky Luke (Mc Coy de Palacios...) o alemanes (Umpah-Pah de Goscinny y Uderzo...).

Éramos, dicen algunos, una generación pasota; pero lo absorbíamos todo y todo nos interesaba. Literatura, Música, Arte (me entusiasmaban los grandes ilustradores del Arte: Velázquez, Sorolla, Dalí...), Creación...

Ahora ya no queda tiempo para leer ni para casi nada, pero el «poso» que dejó aquella época todavía persiste Hoy y para Siempre.

viernes, 11 de abril de 2008

The Clash

El 27 de abril de 1980 asistí al concierto que The Clash dio en el Palacio de Deportes de Badalona. Recuerdo la fecha exacta porque es mi cumpleaños. Cumplía yo dieciocho años y mis hermanos me regalaron la entrada del concierto de los Clash, una camiseta de los Clash, el LP Sandinista que los Clash acababan de publicar y una chapa de los Clash. Por suerte me encantaba el grupo, porque si no…

jueves, 10 de abril de 2008

The Residents

Uno ya no es la misma persona después de ver a The Residents en directo. No es un grupo normal. Lo digo en presente porque me parece que aún están en activo. De hecho, podrían ser los músicos de siempre, sus primas o los sobrinos de sus biznietos: nadie les ha visto nunca la cara. Hay quien dice que son varios ex presidentes de los Estados Unidos. Yo creo, más bien, que se trata de cuatro ex Sumos Pontífices de la Iglesia Católica.

Asistí a uno de sus conciertos hace unos veinticinco años. Era en un teatro de Badalona, creo. Y es que a The Residents hay que verlos sentado. Llegué, me senté y, cuando un individuo fue a ocupar el asiento que había junto al mío, le dije: “Está ocupado”. Hacía cinco o seis años que no veía a Tomás, un amigo de esos de siempre, de los de la infancia. No sabía nada de él. Pero estaba seguro de que, si estaba vivo, acudiría al concierto. Entró en el teatro poco antes de que empezara el show. Le llamé y, al cabo de un momento, conversábamos como si no hubiera pasado el tiempo mientras esperábamos el inicio de un concierto de The Residents. ¿Qué más podía pedir?

El vídeo que he subido al blog no tiene desperdicio. Hay que verlo entero.

miércoles, 9 de abril de 2008

D.A.F.

He subido este vídeo de los D.A.F. por varias razones. En primer lugar, porque siempre me han gustado y porque, claro, son una de aquellas bandas que nos hicieron bailar a principios de los ochenta. Pero también para dejar claro que en aquellos tiempos hubo bandas de todos los colores y tendencias, que casi nadie actuaba igual que los demás y que cada concierto era totalmente diferente. Algunos tenían más fuerza, otros daban menos espectáculo y casi todos subían al escenario con su propio cuelgue. El directo de hoy en día está tan medido que resulta plano, sin alma.

Siempre he sido partidario de los conciertos en salas de poco aforo. Eso fue un triunfo del punk, que consiguió dejar a un lado a los que se creían grandes estrellas del rock y necesitaban veinte metros de escenario para lucirse. Los músicos comunican mucho más en las salas pequeñas, donde están cerca del público.

Los macroconciertos, en cambio, no me gustan nada. Me parece muy triste que la gente no vaya a escuchar un concierto, sino de fiesta. A menudo, en esas grandes convocatorias en descampados provistos de varios escenarios, actúan tantos grupos que buena parte del público ni siquiera sabe quién está actuando en ese momento. Y no les importa. Es como entrar al cine sin saber qué película se va a proyectar. Aunque supongo que así ha de ser el siglo XXI. Vamos al cine sin saber qué película proyectan y luego vamos al concierto sin tener idea de quién toca. Pero es que la cultura nos importa un huevo. Vamos de fiesta y no a otra cosa.

Ahí están los D.A.F., entonces. Era curioso ese grupo alemán compuesto de un ario y del hijo de unos emigrantes españoles. A veces, como en la actuación de este vídeo, les acompañaba a las teclas un ser de aspecto asexuado. Puede gustarnos o no. Pero estoy seguro de que hoy en día no pueden verse conciertos del mismo aire.

martes, 8 de abril de 2008

Pere Ubu

Un muchacho llamado Alfred Jarry escribió, a finales del siglo XIX y antes de acabar alcoholizado, una obra de teatro que llevaba por título UBU REY. Sin saberlo estaba creando el precedente del Dadá y el Surrealismo. El personaje principal, PERE UBU (El Padre Ubu, en francés) era un individuo neurótico y casi esquizofrénico cuyo nombre tomaron unos músicos de los años setenta y ochenta para su grupo: PERE UBU. A mí me encantaban. Los menciono en la novela, claro, como a otros tantos grupos que llenaron nuestro mundo cultural y subversivo. Poco a poco iré dándolos a conocer a través de los vídeos que voy capturando en la red.

domingo, 6 de abril de 2008

Textos Libres. Lluis (7)

Lluis vuelve a las andadas. Hoy nos habla de los conciertos de aquellos tiempos y empieza recordando los antecedentes de los macroconciertos de hoy en día. Entonces no acostumbrábamos a ir a conciertos de varias bandas. Lo habitual era asistir al concierto de un grupo y, después, con la cabeza llena de música, íbamos a tomar algo y a comentar lo que acabábamos de vivirstsl duien recuerda "El conoci. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com.


EMOCIONES EN VIVO

Los conciertos no solamente representaban un acontecimiento musical, sino también social y un lugar de encuentro para toda la «basca».

Ya hablé, en un texto anterior, de las grandes concentraciones de CANET, con una gran carga simbólica, política y reivindicativa. Pero hubo otros (encuentros primordialmente musicales y de relación) como el CALELLA CAMPING ROCK: varios días de acampada en un lugar especialmente habilitado para tal efecto, donde también se reunía mucha gente para escuchar y ver a sus grupos de la época. En las diferentes ediciones del festival pasaron por sus escenarios gente muy diversa, que iba de los Guadalquivir a Música Urbana; De Unión Pacific a Ñu, o los Rápidos, Ilegales, Las Fuerzas atroces del Noroeste (Siniestro Total, Aerolíneas Federales...), Décima Víctima, Derribos Arias o Glutamato Yeyé, por poner solo unos pocos ejemplos.

También las fiestas-conciertos, como el de la presentación en vivo del primer trabajo de la Orquesta Mondragón en Valls, donde se reunió gente llegada de todas partes y en donde circularon los canutos más grandes que he visto en toda mi vida. O las fiestas mayores de pueblos como el Pla de Sta Maria, con la intervención de la banda de Oriol Tranvía (un tipo rarísimo que solo editó, que yo sepa, un Lp) o de los Rápidos, que luego serian Kul de Mandril y después El Último de la Fila y que tenían un directo potentísimo y con un sonido brutal (recuerdo cuando rompían una televisión en directo). Los viajes a Barcelona para asistir a los conciertos de Estudio 54 y otras salas de la época. Smiths, Simple Minds (con China Crisis, como teloneros)... Ver a nuestros ídolos de entonces sobre un escenario (sobre todo para los que nos dedicábamos de un modo u otro a la música), era absolutamente alucinante.

Así de alucinantes fueron los bolos de los increíbles Psychedelic Furs, de Talking Heads o, posteriormente, de Lloyd Cole and the Commotions, Immaculate Fools o Sisters of Mercy.

También los «macroconciertos» en los estadios de la Ciudad Condal y los alrededores. El mítico concierto de los Weather Reaport, con Camarón de telonero, que tuvo más éxito que los primeros, con diferencia (los Weather fueron incluso abucheados cuando salieron porque «cortaban el rollo»). El Extraordinario concierto de Frank Zappa. Creo que fue en éste, donde se produjo una potente carga policial a las puertas del estadio, llegando incluso a entrar en el interior y montándose un pollo para ser recordado. Los Supertramp (un concierto absolutamente decepcionante), Camel y tantos otros...

Los conciertos en la discotecas y pubs: Gabinete Caligari y Alfavil en Caballo Blanco, Derribos Arias, Tequila (con los que compartimos, por cierto, unas copas en el Soneto, el pub de Edgar) y, cómo no, nuestros amigos y sus bandas: El Hombre de Pekín, Pastel, Inopia, Azúkar en la Sangre...

Los que no podíamos ver (por falta de pasta o porque se hacían demasiado lejos), los veíamos por la tele (había varios programas de conciertos y actuaciones en directo realmente buenos) o los escuchábamos por la radio (especialmente Radio 3). Me apetece especialmente recordar el concierto de Reus de Gabinete Caligari + Azúkar en la Sangre (con cartel de nuestra amiga Tona) o el de Golpes Bajos (que daría otro unos años después, ya a punto de separarse, en Tarragona y que fue uno de los mejores conciertos que he visto. Era alucinante ver a Teo Cardalda correr por el escenario cambiando de instrumentos: percusión, guitarras, teclado...). También los que organizamos en Radio Music Club; especialmente el de La Polla Records + Cicatriz. Nosotros (sin haberlo hecho nunca) nos encargamos de todo: Organización, Contratación, Gestión, Seguridad, Transporte. Montamos, también, las barras de bar y nos ocupamos de servir las copas (un montón de litros de cerveza , de los que no quedó ni una gota). Lo más curioso del concierto fue (a pesar de ser teóricamente dos bandas Punk) que la mayoría del publico asistente (y fue mucho, porque estaba a romper) fueran niñas y niños pijos, con unas borracheras impresionantes y cantando todas las canciones de La Polla. Estaba claro que el Punk había muerto (qué lejos quedaban los conciertos de Las Vulpes o los primeros de Siniestro). El de Kortatu, que nuca llegó a ser (porque lo prohibieron por incitar a la violencia y al radicalismo) o uno de los últimos que organizamos y que fue un auténtico fiasco: Semen-Up.

Me apetece recordar también a nuestro amigo Ros, promotor incansable de conciertos y movidas, o a la gente de La Traviesa de Torredembarra (todavía vivos) o a Jesús Ordovás, que nos enseñó a «amar» el pop hecho en la Península y a respetarlo sin complejos. Y, desde luego, a toda la gente de nuestra generación que se metió en la aventura de montar una banda (algunas tan famosas como los Gatos Locos de Cambrils) y que, no solamente no recibieron subvenciones ni ayudas (como más tarde pasaría con el «Rock Català»), sino que eran tratados como auténticos apestados. Suerte que allí estábamos todos nosotros (sus seguidores incondicionales) para darles «vacunas».

Quede, también para ellos, mi recuerdo.

martes, 1 de abril de 2008

Textos Libres. Lluis (6)

Lluis nos habla hoy de la educación en los tiempos anteriores a la Transición. El texto lleva el título de Santa Educación, y se refiere a aquellos colegios que conocimos muchos de los que después vimos a Arias Navarro, en la tele, diciendo que Franco había muerto. Son los antecedentes, el mundo en blanco y negro que dio paso al colorido que llegó más tarde. stsl duien recuerda "El conociYa dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com.


Yo viví en aquella época gris, en aquella época oscura, gran parte de mi infancia y mi juventud.

Primero fue aquel colegio. Parecía que el primer objetivo fuera asustarnos. Aquellos castigos: encerrados a oscuras en el «cuarto de las ratas» (todo un clásico). Al principio era tenebroso (más por no saber lo que podrías encontrar allí que por el cuarto o la oscuridad en sí), pero luego, con el tiempo, dejaba de darte miedo y, por lo tanto, de ser efectivo para los que lo utilizaban para «aterrorizarte».

Luego fue el colegio de los «Hermanos».

Los primeros cursos (¡¡éramos muy pequeños!!), con aquellos profesores que parecían estar sacados de una película de cine negro. Con aquella autoridad que marcaban con sangre (la letra, con sangre entra), con aquellos procedimientos incomprensibles que existieron (aunque, visto en perspectiva, parece imposible) y perduraron en el tiempo.

Las revisiones de nuestra higiene. Nos hacían enseñar las uñas y, si las teníamos largas, recibíamos un golpe con la regla de madera en la punta de los dedos. Los guantazos, con el consiguiente «algo habrás hecho» de algunos de los padres de nuestros compañeros (que no de los míos, por fortuna) y la ridiculización frente al grupo. Y era mejor no protestar, porque, quien lo hacía, recibía más. Era su forma de educar y formar (al cuerpo y al espíritu).

Se entraba a clase en formación. Los profesores de gimnasia (y algunos otros) eran militares (y no eran los peores, en algunos casos), había imágenes de Franco en el comedor y en algunas de las aulas y zonas comunes y existían clases de gente (y gente con clase, que decía aquel). Especialmente los «soperos» (como se les conocía), que eran niños de familias de pocos recursos que pagaban su manutención y sus estudios (muy al espíritu del «fundador») sirviendo las mesas en los comedores y limpiando, y que comían aparte y con una dieta «especial» (a base de sopa y poco más; de ahí lo de soperos).

En el «recreo» jugábamos a la pelota, a arrancar cebollas, o al «cavall fort» («el churro», que era un juego que hoy en día podría considerarse «salvaje» pero que nos encantaba... sobre todo para quitarnos del cuerpo toda la rabia acumulada). Un amigo se inventó un juego que consistía en formar equipos y pelearnos los unos contra los otros, lo que motivó más de una ida y venida al «botiquín». Por esos juegos, un compañero pasó gran parte del curso con el brazo escayolado.

Recuerdo aquellas «campañas» del Domund, obligados a pedir por toda la ciudad cargados con aquellas pesadas huchas de barro que reproducían cabezas de niños de otras etnias y culturas (el negro, el chino, el indio...). Y los castigos para aquellos que volvieran con las huchas vacías o poco llenas. Podían incluso acusarte de ladrón si la recolecta no salía según sus deseos. Y las campañas de navidad, con aquella habitación llena de latas y botes de comida, de turrones, de vino, de champagne... para los pobres... (turrón del duro, para los pobres. Duro, como su vida).

Me acuerdo también de aquellos bocadillos (de la cantina) con tortilla hecha de harina y agua (cuando no se podía comer carne). Tortilla con trampa, que decía mi madre.

Recuerdo aquellas misas, aquellos confesionarios, aquel arrepentimiento y aquellas tenebrosas charlas sobre el castigo infinito que recaería sobre los pecadores. Sobre el infierno y la redención de los pecados. Sobre los purgatorios...

Para mi cabecita, aquello era lo más asfixiante. Pensar en que, si obraba mal, sería castigado para siempre, por toda la eternidad. No podía contener el vértigo de imaginar algo que no tendría nunca fin (todo niño necesita saber dónde están los límites y dónde una cosa empieza y acaba) y que además debía de ser tan doloroso (quemándonos en el fuego eterno del infierno).

También aquellos intentos de toqueteos y demás «actos cariñosos» del hermano que nos daba mecanografía y que todos odiaban (aparte de un par de raritos a los que ya les iba bien) o los sermones «franquistas» del profesor de historia (¡¡increíble!!¡¡Un facha reconocido y convencido, enseñando historia!! Su historia. La historia de los vencedores, para los vencidos). Aquellas increíbles marchas y demostraciones de fin de curso ante los padres (prietas las filas...) y el orgullo de profesores y formadores.

También recuerdo los razonamientos absurdos de algunos de aquellos «científicos de la enseñanza». Uno de ellos tenía por costumbre, cuando le preguntabas por algo que no entendías, responder: «Pues si no lo entiendes... ¡¡te compras entendederas!!» (con lo que todas las dudas se disipaban).

Todo aquello nos convirtió, a algunos, en niños muy creativos e imaginativos. ¡¡Había que huir de aquella realidad fuera como fuera!!

Pero también tengo (a pesar de todo) buenos recuerdos de aquella época. Los amigos (cuando las situaciones son duras, la amistad se refuerza), las sesiones musicales (me gustaba la música y cantar... era como un soplo de aire fresco en un ambiente tan triste y gris), los cines del sábado por la mañana (con aquellas películas históricas, que todavía recuerdo) y un profesor de historia y religión de los últimos años que aprovechaba sus horas de clase para leernos libros sobre viajes o historia y con el que teníamos una complicidad especial.

Los mayores representaban el soplo de libertad que todos ansiábamos: con sus largas melenas y sus barbas, fumando en los servicios y mirándonos por encima del hombro, hablando de chicas y de tantas cosas que todavía teníamos que descubrir.

Retratan muy bien aquel ambiente y aquellos años, dos trabajos musicales posteriores: Devocionario, un mini-lp de los Golpes Bajos y, especialmente, «Veus de lluna i celobert» de Ramón Muntaner.

Luego los «hermanos» se volvieron muy progres y el centro cambió. Se admitieron chicas y se cambiaron retratos y enseñas, para continuar siendo aquel centro «modélico» que cualquier padre desearía para sus hijos.