Malcolm McLaren, el mánager de los Sex Pistols, siempre se ha adjudicado la creación intelectual del movimiento punk. Por mi parte nunca he creído que él pudiera ser el único fundador de semejante historia y, además, estoy seguro de que, en el caso de haberlo maquinado como dice, nunca pensó que pudiera llegar tan lejos. De un modo u otro, algo como el punk sólo puede triunfar si existe un caldo de cultivo para ello. Y en aquellos tiempos había un ambiente propicio, ya lo creo.
Los jóvenes estábamos hartos. Hartos de héroes, de mitos, de derechas y de izquierdas, de curas, de padres, de víctimas, de mártires, de salvadores de mundos y, sobre todo, de la sociedad que nos había tocado en suerte. Los jipis no habían hecho sino engañarse a sí mismos o engañar a los demás con el cuento del amor y la paz universal. Los grandes genios de la música sólo pretendían que admirásemos su virtuosismo sin aportarnos ninguna idea. Y eso era precisamente lo que andábamos buscando: cosas nuevas, emociones, sentimientos, amor y guerra. Solo nos faltaba que alguien nos dijese que debíamos estar orgullosos de nuestra rebeldía. De modo que, cuando los punks ingleses dieron el pistoletazo de salida, todo empezó a tener sentido.
Aquí, en España, éramos unos cuantos. Muchos menos que en Inglaterra o en Holanda, por ejemplo. No resultaba fácil andar por la calle con la cazadora cubierta de chapas y los pelos de punta durante aquella Transición tan ejemplar. La policía, amparándose en la ley antiterrorista y en la inexistencia de una ley de libertad de imagen que al final promulgó el gobierno de Adolfo Suárez, nos hacía la vida imposible. No sólo nos detenía. En cierta ocasión —una de tantas— me llevaron a un garaje a causa del delito de pasear por la calle y allí, mientras interrogaban a otros al más puro estilo de las películas de cine negro, me aconsejaron que abandonase la ciudad. Y eso sin poderme culpar de nada, sin haber encontrado nada comprometedor en mis bolsillos y sin que se hubiera producido ningún crimen en las cercanías del que pudiera ser sospechoso. Simplemente no les gustaba mi imagen.
Al principio el punk fue trágico y divertido. Fue elegante, innovador, aglutinador de desengañados, románticos, anarquistas y rebeldes en general. Había grupos de un sinfín de tendencias y gustos estéticos y musicales. Al contrario de lo que muchos creen, no sólo fue una moda o un estilo de música: fue una actitud frente al mundo. Y también tuvo mucho fondo. Tanto, que en Estados Unidos apenas existió. El punk fue un movimiento eminentemente europeo, y en el caso concreto de España se confundió con otros fenómenos como
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