E l título La generación inexistente puede llevarnos a engaño porque, hablando de generaciones, la palabra inexistente induce a pensar en una generación perdida, situada entre otras con más empuje y objetivos, en una generación desapercibida, y si hubo quienes no pasaron desapercibidos, en el final de los años setenta, fueron los grupos urbanos, nacidos del punk, amigos de las drogas, del alcohol y de aquella música excesiva, y que caminaron, en buena medida, por los márgenes de la ley y de la vida.
De estos grupos trata la novela del riojano César Galiano, grupos previos a la «movida madrileña», sin el barniz «cultural» que esta tuvo, pero más pegados al barrio, a la tribu, a sus bares y discotecas... al exceso. El autor conoce bien aquel mundo y crea personajes reales y sólidos, que todos hemos conocido, bien pudieran ser aquellos amigos que se quedaron por el camino; y aquí sí tiene sentido el título, pues habla de una generación diezmada por la vida.
César Galiano recrea muy bien aquellos ambientes cerrados y tribales, en una ciudad turística del mediterráneo, en los que se mueven sus personajes: sus bares y discotecas, sus gustos musicales, sus peleas con grupos de extrema derecha, su lucha por sobrevivir, sus «relaciones» con la policía, la desorganización de sus vidas. Es una novela que se desenvuelve más en la realidad que en la ficción, la memoria del autor se impone para que la historia resulte verosímil, y los estereotipos no son tales, sino personajes muy reales y creíbles.
El relato está presentado al modo cinematográfico y se lee con facilidad; destila, eso sí, cierta nostalgia salobre, tierna y, a la vez, dolorosa. Quienes vivieron aquellos años y conocieron sus ambientes son destinatarios obligados de esta novela, que recrea la vida de un grupo de espíritus libres que, en el fondo, no lo eran tanto.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Crítica de Alonso Chávarri en el periódico LA RIOJA
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lunes, 29 de septiembre de 2008
Artículo en el periódico LA RIOJA
El riojano ofrece un vivo relato sobre la juventud en
B. B.
LOGROÑO
«Sólo ahora, envueltos en esa asepsia vital a las que nos han condenado y a la que nos resignamos como si fuese algo inevitable y necesario, podemos observar con la distancia necesaria aquellos años de ideales, de culturas, de contraculturas y de excesos».
César Galiano Royo (nació en Palencia en 1962 pero llegó a
Galiano vivió lo que cuenta, compartió las experiencias de toda una generación que 'sufrió'
La otra Transición
'La generación inexistente' muestra otra perspectiva de la época, con un punto de vista novedoso: «
La novela narra día a día, noche a noche, la vida de una generación (la que ronda los 45 años), el paisaje humano de
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miércoles, 24 de septiembre de 2008
El Grito aparece
El grito aparece cuando las palabras no bastan, cuando no se escucha al que habla y hay que decir las cosas. Por eso se grita. Y hay veces que incluso gritando no basta y hay que actuar, escribir, molestar a los que solo saben oírse a sí mismos. Estamos aquí, decimos, gritamos. Vamos a ser vuestra sombra.
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sábado, 13 de septiembre de 2008
Presentación en Logroño
El día 12 de septiembre presenté
Ya sabéis que el libro cuesta 15 euros y que se distribuirá en muy pocas librerías, pero quien quiera un ejemplar puede ponerse en contacto con Editorial el Grito:
editorialelgrito@yahoo.es
(Entre otros, el periódico La Rioja se hizo eco del acontecimiento)
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jueves, 24 de julio de 2008
Ha salido la novela
Por fin ha salido la novela. Con varios meses de retraso, pero ya está a la venta y a un precio razonable: 15 euros. Se distribuirá en muy pocas librerías, pero quien quiera un ejemplar puede ponerse en contacto con Editorial el Grito:
editorialelgrito@yahoo.es
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sábado, 19 de julio de 2008
Introducción
A finales de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado confluyeron unas circunstancias que dieron lugar a la existencia de una generación sobre la que apenas se ha escrito. Sería peligroso saber de ella en estos tiempos de sensibilidades exageradas, de privación de libertades y de denuncias por nada. En esencia, esa es la razón de que un buen número de editoriales me devolviese el original de La generación inexistente durante cinco años. Los comentarios siempre tenían el mismo aire: Nos ha gustado mucho, pero no es el momento adecuado para su publicación.
Yo acababa de publicar El exilio está aquí, un libro difícil de clasificar aunque fácil de comprender. Me consta que, al leerlo, mucha gente se sintió identificada con algún personaje o se vio a sí misma inmersa en alguna de las situaciones que describe. Es un libro que entró bien (hace poco me reí al descubrir que, en Estados Unidos, hay un tipo que vende los ejemplares de la edición española a más de 300 euros). De modo que, una vez conseguida la edición italiana, me puse a escribir otra cosa. Pero la realidad está compuesta de buenas y malas experiencias, de vivencias duras o placenteras, de mucho más de cuanto uno pueda imaginar, y yo tenía una deuda conmigo y con mi tiempo, con mi generación. Debía llenar el hueco que se había abierto entre la muerte de Franco y la consolidación de la democracia. Un hueco que nadie se había atrevido a rellenar. Sé que corren malos vientos para las verdades y que la novela debía haberse publicado cuando
A algunos nos tocó vivirlo. Es cierto que muchos otros vivieron la misma época sin enterarse de nada de lo que cuento. Pudimos evitarlo como hicieron ellos, pero creo que, tal vez sin saberlo, no quisimos perdernos lo mejor del fin de siglo.
Hasta ahora, los estudios sobre el día a día de
Mi novela está ahí, en medio de todo lo que he dicho, entre los punks y los grupos violentos de falangistas, en los bares luminosos de diseño, en medio de las ganas de vivir y, como suele suceder cuando se vive tan intensamente, muy cerca de la muerte.
(Sigue en El ambiente de
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sábado, 12 de julio de 2008
El Muro de Pink Floyd
Supongo que casi todos los lectores del blog habrán visto la película. Se estrenó en 1982, hacia finales de nuestra Transición, poco después de que el coronel Tejero llevase a cabo su golpe de Estado. Creo que el fragmento que he elegido nos va al pelo. Recomiendo poner el volumen del ordenador a toda pastilla.
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jueves, 10 de julio de 2008
Meat Loaf
Ahora apenas me gusta. De vez en cuando escucho el disco otra vez mientras escribo, friego los platos o hago cualquier otra cosa, pero he de reconocer que ya casi no me dice nada. Sin embargo, en aquellos años lo escuché muchísimo. Y mis conocidos también. De modo que aquí está, por derecho. Estoy seguro de que a más de uno le encantará volver a oírlo.
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jueves, 19 de junio de 2008
Editorial el Grito
Como saben los lectores habituales de este blog,
Según dicen, la censura desapareció con la muerte de Franco. Se trata de otra de tantas falsedades que hay que respetar si queremos dar la imagen de ese progresismo que nos han vendido y que, a fin de cuentas, nadie sabe lo que es. Con Franco desapareció la censura expresa, la que estaba escrita en unos papeles que uno podía consultar para calcular de qué modo iba a saltársela. Pero la censura, lo que realmente es la censura, no ha desaparecido nunca. Incluso me atrevo a decir que hoy en día existe una censura más férrea que la que tan burdamente llevaron a cabo los censores franquistas. Estoy hablando de la autocensura. Los autores prefieren no escribir ni opinar sobre ciertos asuntos antes que enfrentarse a una negativa de la editorial que podría obstaculizar su trayectoria profesional. Pero a mí no me va eso.
Los que me conocen saben que no sé rendirme. Desde el principio he creído que
editorialelgrito@yahoo.es
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viernes, 30 de mayo de 2008
The Sex Pistols
A tres semanas de la aparición de la novela me veo obligado a publicar un vídeo del grupo que, por obvio, he evitado hasta ahora. Los Sex Pistols fueron el punto final y el principio de muchas cosas.
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sábado, 24 de mayo de 2008
Nina Hagen
Fue una rara avis en una época de raras avis. La verdad es que a finales de los años setenta hubo mucho y mucho de todo. Y para quien aún no lo crea, ahí está Nina Hagen, la única cantante de ópera de la historia que se pasó a punk.
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jueves, 22 de mayo de 2008
B-52
Incluso los grupos aparentemente suaves y bailables de aquellos años llevaban dentro una potencia que ya quisieran para sí algunos grupos actuales. Basta con escuchar un minuto y medio de esta canción de B-52 que he subido al blog. Por muy pijis y muy amanerada que fuese la puesta en escena, la mala leche surge casi en seguida, expresada en un par de gritos de la chica que canta. A partir de ese momento, todo el tema cambia.
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miércoles, 21 de mayo de 2008
Lou Reed
No podía faltar. Alguien dijo en alguna ocasión que Lou Reed es un amigo que te dice cosas al oído mientras canta. Puede ser. Con
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sábado, 17 de mayo de 2008
Las drogas en la Transición
En otra parte de este blog ya hablé de los estragos que causaron las drogas a los miembros de nuestra generación. Y no lo hice desde el punto de vista negativo y facilón que a más de uno le hubiese gustado, no, ni tampoco me volqué en una defensa tan irresponsable como peligrosa en estos tiempos. Una y otra cosa habrían falseado la concepción que entonces teníamos al respecto. No hay que negarlo. El consumo de drogas estaba bien visto en aquel final de los años setenta, facilitaba el acceso a ciertos círculos culturales e incluso daba prestigio entre los más modernos. Aún no había llegado la caída en picado de los drogadictos ni el consumo generalizado de heroína en los barrios bajos.
Los tiempos cambian, de eso no hay duda. Lo que estuvo de moda en el pasado puede ser, hoy por hoy, causa de estigma y marginación. Y mucho más en este decenio de invenciones históricas e hipocresías, cuando se borra de los tebeos el eterno cigarrillo que fumaba Lucky Luke o se niega, por ejemplo, que las drogas tuvieran un papel esencial en el combate del Estado contra la lucha revolucionaria. ¿Por qué hubo tanta droga en aquel entonces? ¿Por qué en cada época se consume una droga en concreto? ¿Por qué nos tocó a nosotros la más destructiva, la heroína?
Hay quien niega lo que estoy diciendo y asegura que nadie puso las drogas a una altura que hoy parecería incomprensible. Bueno. Cada cual es libre de engañarse según le venga en gana, pero las cosas son como son y no hay más que hablar. ¿Verdad que es imposible que la casa Bayer inventara casi a la vez las aspirinas y la heroína? ¿Verdad que no hay quien se lo crea? He subido unas imágenes publicitarias de finales del siglo XIX. No todo ha sido siempre como lo vemos ahora.



(Las imágenes están extraída de teconculto y perso.wanadoo)
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martes, 13 de mayo de 2008
Ian Dury
Como tantas otras cosas, una de las canciones más conocidas de Ian Dury sería hoy políticamente incorrecta. Eso, en el caso de que no estuviera prohibida. No obstante, en aquel final de los años setenta fue algo más que un himno. Fue una especie de definición generacional, algo que, se quiera ahora o no, llevábamos con orgullo a modo de enseña. Se titula Sex and Drugs and Rock and Roll.
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jueves, 8 de mayo de 2008
Almodóvar y McNamara
Después de ver este vídeo, una amiga que tiene doce años menos que yo me ha dicho: Eso de que estuviera todo permitido tampoco me parece bien del todo. Bueno, no sé por qué.
Etiquetas: La Música
miércoles, 7 de mayo de 2008
Textos Libres. Lluis (10)
Doy mi palabra de honor de que Lluis no es el jefe de este blog ni yo un currante a sueldo. El tío escribe y yo se lo publico. Por cierto, ¿y los demás lectores y comentaristas? ¿Ya no se atreven? Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante
DE CINE - DE SERIE
He de aceptar que la época de mi vida de la que menos recuerdos tengo (no sé si sería por «excesiva felicidad» o por todo lo contrario)es la de mi infancia. Es por ello que, para muchas referencia de mi vida de entonces, tengo que recurrir a poco antes de mi adolescencia (9- 10 años), cuando los recuerdos son más nítidos y más fáciles de reconocer y situar en el tiempo.
Yo tuve (y tengo) un hermano «loco por el cine». Desde muy pequeño, desde muy joven (teniendo en cuenta que cuando yo tenía 10 años, el tenía 14) hablaba de cine, compraba libros y publicaciones o ampliaba su enciclopedia (CINE). No recuerdo haber ido a una sala de proyección más que en muy contadas ocasiones y generalmente durante los veraneos en Salou (en aquel cine al aire libre, cerca de las vías... que cada vez que pasaba un tren, perdíamos el hilo de la película). Por tanto, el descubrimiento del cine y su magia se lo debo, especialmente, a la televisión (¡¡imaginaos el cine que se podía «descubrir» por aquellos años!!). En casa fuimos unos privilegiados (lo admito) porque tuvimos tele muy pronto, primero en blanco y negro y luego en color.
Todas las películas «clásicas», las vi por la tele y cuando mis padres me dejaron. Las históricas (que tanto me gustaban: Los 10 mandamientos, Rey de reyes, Cleopatra, Ben-Hur, Quo Vadis... Los grandes Clásicos: Ciudadano Kane, Lo que el viento se llevó, Casablanca, La fiera de mi niña, Eva al desnudo (que en inglés era «All about Eve», como un excelente grupo pop de los 90). Los Musicales que nunca entendí, como Bailando bajo la lluvia, las películas de Sinatra y tantas otras. Los films de Errol Flynn (que nunca se despeinaba, por mucha acción que tuviera la cinta), Buster Keaton, Chaplin, Cantinflas. Aquellas películas españolas tan «gratificantes»: Marcelino pan y vino, Muerte de un ciclista, Calle Mayor, Bienvenido Mr. Marshall, El clan de los botones, El último cuplé, mi querida Señorita... O las películas de «Folclóricas» que tanto le gustaban a mi madre y todas aquellas historias protagonizadas por Alfredo Landa, José Luis López Vázquez, Gracita Morales...
Cuando ya tuve edad y «posibilidades» de ir al cine, acudía a unas sesiones que incluían el NO-DO (hablando generalmente de Franco y sus hazañas) y dos (2) películas. El espíritu de la colmena (cuando yo tenía unos 13 años), La escopeta Nacional de Berlanga, El crimen de Cuenca. Y ya en los años 80, Los Santos Inocentes o las películas de Almodóvar (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón... donde participaba Olvido Gara, «Alaska», de Alaska y los Pegamoides) y otras...
Debo referenciar aquí (aunque solo sea de pasada) el cine erótico de
También las series de películas históricas del colegio. Los últimos días de Pompeya, Platon, La caída del Imperio Romano, La invasión de los Bárbaros, El Álamo.
También recuerdo las grandes películas americanas (o no) de «desastres» o de terror o ciencia-ficción que casi todos veíamos:
Y todas aquellas series de televisión (tan distintas a las de ahora, que básicamente son de médicos), desde las infantiles como Heidi, Marco, Pipi Calzaslargas o Verano Azul... Recordar aquí a La familia Telerín, que nos mandaba a la cama a horas que hoy serían descritas como impensables (por lo tempranas). Super Agente 86 (divertidísima), Ironside, Bonanza, Vacaciones en el mar,
Recuerdo especialmente (creo que eran posteriores a todas las mencionadas): Asesinato en el museo del Louvre (que ya era intrigante la presentación... y que daba «realmente miedo»), Quién puede matar a un niño (de Serrador) o La ascendencia y la caída de Reginald Perris (una auténtica locura), a la que seguirían las series cómicas y pseudoeróticas de Benny Hill, Los Roper, Los Jóvenes, Oh ministro o L'escurço negre (para TV3). Y todas las series de Rodríguez de
Recuerdo especial a los fines de año de los incomparables «Martes y Trece» y los grandes momentos de humor de Tip y Coll o Gila. Y volviendo al cine: las increíbles películas de los Hermanos Marx o las de los Monty Python (incluyendo Un pez Llamado Wanda, en la que participaban algunos de ellos o las de Terry Gillian), y Woody Allen. La película El golpe y todas las de Disney (que nos hacían llorar y descubrir la «crueldad» de los cuentos).
Mención aparte merecería el teatro, del que confieso que ocupaba poco de mi tiempo libre. Me interesaron mucho todos los espectáculos de
También recuerdo (aunque no tenga nada que ver) las colecciones de cromos de la época (algunas, realmente alucinantes), los juegos y juguetes (los Reunidos, Exin Castillos o Cine Exin, Scalextric...) y los soldados de plástico, con los que organizábamos «batallas» interminables (y sin Play).
Etiquetas: Textos Libres
jueves, 1 de mayo de 2008
miércoles, 30 de abril de 2008
martes, 29 de abril de 2008
martes, 22 de abril de 2008
Corto Maltés
Desde mi punto de vista, es el personaje de cómics más fascinante. Vi una de sus historietas por primera vez a principios de los setenta, no sé si en francés o en italiano, entre los cómics que mi hermano José Luis sacaba de no sé dónde y metía en casa. Desde entonces le he seguido la pista. Y no sólo por él en sí mismo. Su creador, Hugo Partt, supo hacer que los personajes secundarios de sus aventuras, muy a menudo extraídos de la historia real, sean casi tan fascinantes como él: Rasputín, Tiro Fijo, Saint-Exupéry e incluso Buenaventura Durruti. ¿Quién iba a decirme que, muchos años después, iba a ver a Corto Maltés en una película cojonudamente hecha?
Etiquetas: Los cómics
lunes, 21 de abril de 2008
Textos Libres. Lluis (9)
Este blog debería llamarse
PADRES E HIJOS (MFSB)
Entre paréntesis aparecen unas siglas. Son de una formación músico-vocal que pertenecía a una asociación de músicos que se reunían bajo el nombre de «El Sonido de Filadelfia» y que, como le encantaban a uno de mis mejores amigos de entonces, escuchábamos continuamente. Eran recopilatorios en formato Lp de varios artistas; entre ellos, The O'Jays, Three Degrees y, cómo no, los MFSB. La traducción del inglés es: Madres, Padres, Hermanas y Hermanos, y va de perlas para el texto que se acompaña y que trata de las relaciones (siempre maravillosas) entre Padres e Hijos.
Los padres de los amigos de nuestra generación eran, para la mayoría de nosotros, unos auténticos desconocidos. Si lo eran los nuestros (los propios), ¡¡cómo no iban a serlo los de los demás!! Coincidimos en algunas ocasiones, sabíamos quiénes eran (como para reconocerlos si nos cruzábamos por la calle), pero poco más. Hoy en día muchos padres viven por y para sus hijos e incluso sus amigos son los padres de los amigos de sus hijos. Antes no era exactamente así. Como mucho, nos relacionábamos con las madres porque eran las que encontrábamos en casa, cuando íbamos a ver a nuestros amigos, aunque de confianza, en general, poca.
En primer lugar pienso que algunos de aquellos padres envidiaban a sus propios hijos. Los envidiaban por tener más libertad que la que ellos habían tenido, más facilidad para las relaciones (también las sexuales), o por tener cosas con las que ellos nunca hubieran podido ni soñar. Algunos llegaban incluso a imitarlos, buscando vestirse como ellos, escuchar su música o salir con chicas mucho más jóvenes (no las amigas de sus propios hijos, pero casi), aparentar que estaban en el «rollo» o incluso que tomaban sustancias que ni siquiera sabían lo que eran. Gracias a ese comportamiento tan infantil, algunas parejas (algunos padres de nuestros amigos) se separaron. Y me consta que no por culpa de ellas, que habían sido educadas para cuidar a los hijos de ambos y de la casa y se daba por hecho que no entendían (o no tenían opción de entender) otra vida fuera de aquel entorno. En ocasiones incluso el círculo de amistades tenía que ver con el entorno familiar o amistoso de sus maridos, por lo que su vida social era reducida o nula.
A pesar de ello, las madres apoyaban y defendían a los maridos y padres ante cualquier eventualidad y a los hijos se les enseñaba un respeto que, muchas veces, no incluía a las mujeres. Como cuando los maridos (que habían estudiado una carrera y ejercían una profesión, mientras sus mujeres se ocupaban de «sus labores»), ante una opinión de ellas, aseveraban:
—Tú cállate, que de estas cosas no entiendes.
Las abuelas aleccionaban a sus hijas para que obedecieran a sus maridos, haciendo todo lo que ellos les pedían y desearan. Y ellas aceptaban ese papel.
Aquellos padres también introdujeron en muchos de sus hogares (y sin pudor) el tabaco, el alcohol o publicaciones de contenido erótico (quién no ha bebido vino con gaseosa en las comidas o no ha ojeado un «Interviu»), pero difícilmente hablaban con sus hijos de sexo o del consumo de determinadas sustancias. Como mucho, se preocupaban de sus estudios (o de dar la bronca cuando llegaban las notas... que no es lo mismo, pero es igual). Algunos (de formación católica) sermoneaban a sus hijos como lo hacían los «formadores», dando siempre la razón a estos últimos (la palabra y la opinión de los hijos tenía, en muchos casos, escaso valor).
Ese «respeto» tenía bastante que ver con la distancia en el trato. Un buen ejemplo es el que refiere la película «Jumanji», aunque trate teóricamente de una época anterior: cuando el padre del protagonista es acusado de pegar a su hijo y éste responde (como defensa) que cómo iba a maltratarle cuando ni tan siquiera le tocaba (refiriéndose a un trato cercano, a muestras de cariño). Se creía que, si se mantenían las distancias, se alentaba el respeto.
Los hermanos mayores también debían asimilar funciones que no les correspondían. Acompañar a sus hermanos a cualquier sitio y hacerse responsables de ellos (a mí me daba más miedo lo que pudieran hacerme mis padres si a mi hermano pequeño le pasaba algo, que lo que le pudiera pasar a él). Cuando un crío no estudiaba, la frase típica era (al hermano mayor): «Ayuda a tu hermano» o «si no ayudas a tu hermano a hacer los deberes, no saldrás». En ocasiones también los mayores debían «cargar» con los pequeños cuando salían con sus amigos, con lo que se creaban unos «lazos de amistad» increíbles entre hermanos. Sé de hermanas mayores que han tenido que cuidar de sus hermanos pequeños como si fueran sus hijos, perdiendo o dejando de hacer cosas que les correspondían hacer a su edad. El padre era el patriarca, ¡¡y los demás obedecían!!
Había, creo (en general... aunque también había algún padre «progre»), un abismo entre padres e hijos que se fue haciendo mayor a medida que la sociedad fue evolucionando. Cuando llegó la libertad, la falta de argumentos (el «sí, porque sí» o «porque yo lo digo») dejó de tener validez («Cállate porque te lo digo Yo... y soy tu padre», «Vete a la cama», «No quiero verte más con esa gentuza», «¿Has visto la pinta que traes?»...).
Es curioso cómo entonces (y también ahora, en muchos casos) los hijos podían sentirse más cerca de los abuelos que de los padres (bueno, ahora lo que pasa es que, si no hubiera abuelos, algunos incluso no tendrían hijos), pero lo que es difícil de entender es que un padre quiera tener a su hijo como «un colega»... una auténtica patraña.
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viernes, 18 de abril de 2008
Textos Libres. César (3)
No sé por qué, ayer recordé cómo eran las viviendas de los años anteriores a
LAS VIVIENDAS DE CUANDO ÉRAMOS CRÍOS
Los usos y las necesidades han ido cambiando la disposición de las cosas en el interior de nuestras viviendas. Hay que tener en cuenta, además, que los pisos de principios de los setenta eran bastante más amplios que los de hoy en día y que, por ejemplo, disponían de rincones oscuros y salas misteriosas donde nunca entraba nadie. El olor a cerrado y el ambiente de esas habitaciones creaban un respeto muy parecido al miedo. Por lo común eran comedores para invitados de categoría, estaban decorados con muebles repletos de espejos y tenían, en los cajones, las cuberterías de lujo y demás utensilios que no se utilizaban jamás. Ni siquiera los niños entrábamos en esas salas a menos que uno de los amigos se hubiese ocultado mientras jugábamos al escondite. Por cierto, ¿quién puede jugar al escondite en una vivienda de la actualidad?
Un detalle que siempre me ha sorprendido es la ubicación del teléfono. No sé por qué motivo, el teléfono estaba siempre en el lugar más incómodo de toda la casa. No estaba al alcance de la mano, junto al sofá que suele haber frente al televisor o en el cuarto habilitado a modo de despacho. Qué va. Solía estar sobre un mueble ridículo del recibidor, por ejemplo, en medio del pasillo o en la sala que se llamaba “de estar” y donde no estaba nunca nadie. El teléfono no formaba parte de familia, no era un utensilio habitual. Sólo se utilizaba cuando era preciso, cuando llamaba la tía Jenara desde Villanueva del Trabuco o cuando había que llamar al médico porque la estaba palmando la abuela. Eso de hablar por hablar era, pues, incomodísimo, carísimo y, por si eso fuese poco, estaba incluso mal visto.
Las casas de aquellos tiempos tenían unos pasillos irracionalmente largos. Apenas recuerdo un par de casas sin pasillo. Y sí recuerdo, por ejemplo, haber corrido en bicicleta o haber jugado al fútbol en esos pasillos que, si se fundía la luz, atravesábamos a toda velocidad para que no nos atrapasen los monstruos que habitaban las habitaciones deshabitadas. Me refiero otra vez a esos comedores inútiles o a esas salas de estar que, por lo general, se abrían a ambos lados de los pasillos.
Había un solo cuarto de baño y me parece que en aquellas fechas no se duchaba nadie. La gente se bañaba, y no una vez al día precisamente. Ni cada dos días. Normalmente había, junto al jabón y al champú, un trozo de piedra pómez para quitarse uno la mugre a fuerza de mucho frotar. El cuarto de baño de la casa de mis abuelos de Nájera era especialmente curioso. Era enorme, gigantesco. Tanto, que cagar ahí se convertía en una prueba de valor y entereza. Era brutal la sensación de desamparo e indefensión que uno tenía al sentarse en la taza y ver tan lejos todo lo demás. La taza del váter estaba como a unos tres metros de la bañera, a dos del lavabo y a otros dos y medio de la puerta. Los techos eran altísimos, y la puerta, para colmo, era de cristal granulado, de ese que facilita la visión de sombras inexistentes al otro lado. Estaba uno allí, acojonado por la grandiosidad que le rodeaba e intentando acabar de cagar cuanto antes. Cagar allí era una aventura, ya digo, si bien se trataba de un cuarto de baño un tanto excepcional.
El tocadiscos no estaba en el salón o donde se encuentre la tele. Nuestros padres no acostumbraban a escuchar tanta música como lo hacemos nosotros y, por lo tanto, el aparato estaba en la habitación de los hijos. Ahora cada familia dispone de cuantas pantallas de televisión y cuantos cedés quiera, pero entonces había una tele, un tocadiscos y la voz de mi madre cantando mientras hacía las labores de la casa.
En cuanto a lo demás, era poco más o menos como ahora. Los congeladores de las neveras no eran tan grandes como los actuales, claro está. Entonces se utilizaban exclusivamente para tener hielo. Y el hielo no se utilizaba para nada, porque el güisqui era muy caro y normalmente no estaba el horno para bollos. Además, no se congelaba ningún alimento. Ni siquiera el pan.
Y de los dormitorios poco puedo decir. Los de nuestro padres solo servían para dormir. Tenían algo de santuario, de lugar prohibido a los demás mortales y, por supuesto, a los niños. Los nuestros, con una distribución totalmente distinta, eran lugares donde, más que dormir, disfrutábamos las horas que no estábamos en la calle: ahí leíamos, oíamos música, dibujábamos y hacíamos todo lo que hacían los chavales en aquellos días.
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jueves, 17 de abril de 2008
Gang of Four
Me extrañó, hace un par de años, que un muchacho me hablase de los Gang of Four. Creía que, al menos en España, sólo los conocimos unos cuantos hace muchos años y que luego se disolvieron sin pena ni gloria. Pero no. Debe ser cierto eso de que algunos jóvenes tiren del hilo de la música de los ochenta. Desde luego, los Gang of Four suenan hoy casi tan bien como en aquellos tiempos.
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martes, 15 de abril de 2008
Devo
La versión que Devo hizo del legendario Satisfaction de los Rolling Stones nos dejó helados. Siempre me ha parecido muy superior a la versión original. Los Devo acaudillaron la tendencia futurista de la época. Ya he dicho que por aquellos días aún no habían hecho ese molde con el que luego han horneado a tantos grupos. Había de todo. Y Devo es una prueba, claro. En medio del nacimiento del punk, los Devo aparecían vestidos de marcianos y tocaban una música pretendidamente del futuro, con la fuerza del punk, pero sin ser punk. Estaban como cabras. Por eso, y por algo más, nos gustaban.
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lunes, 14 de abril de 2008
Textos Libres. Lluis (8)
Lluis vuelve a la carga con sus recuerdos. Hoy mezcla los libros de literatura con los de cómics. Y tiene razón: tanto unos como otros conformaron nuestro bagaje cultural. Sólo los bobos pretenden que unos tengan más valor que los otros. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante
ESOS LIBROS
(Con viñetas o incluso sin ellas)
No recuerdo exactamente cuándo empecé a «aficionarme» (como aquel que nos dio la charla en el colegio y que cogió el hábito... pero de fumar) a la lectura... pero creo que fue a muy corta edad. No tengo muchos recuerdos sobre cuentos infantiles y todas esas cosas, por lo que tengo la duda de si me aficionaron o me aficioné yo solo (aunque esto último, y con la ayuda de mis hermanos, me parece más probable).
Eso sí: en mi casa (como en casi todas las casas que recuerdo) siempre había libros (en mayor o en menor medida). Incluso aquellos «falsos» de decoración tras los cuales, a veces, se escondían cosas. O las enciclopedias de la época que estaban en todas las casas: Monitor, Ciencias...
Algunos de aquellos primeros recuerdos de lectura, aparte de la literatura o la poesía clásica que nos hacían leer y aprender, en algunos casos, de memoria (en nuestro colegio... tal vez una de las pocas cosas buenas que hicieron), me llegan desde mi habitación (que compartía con dos de mis hermanos). Son los recuerdos de aquellos libros de «Aventuras» con aquellas páginas de «historietas» que se alternaban con las de texto. Las Aventuras de Julio Verne, de Tom Sawyer, Oliver Twist y otros cuentos de Dickens o de los Hermanos Grimm, las Aventuras de los Cinco (y luego de los Siete), junto a la amplísima colección del «Coyote»... Primero leíamos las páginas de dibujos, las historietas, y éstas conseguían que nos engancháramos a la trama del libro y decidiéramos leerlo del todo. Nunca leer fue tan fácil ni tan divertido. Aquellas historias adaptadas nos ayudaban a descubrir todo un mundo de emocionantes aventuras, vividas sin movernos de nuestra habitación (y eso sin dejar de tener muchas aventuras en la calle... cosa que hoy en día no ocurre). Esas lecturas las alternábamos con los cómics de nuestros abuelos y padres: El Príncipe Valiente de Hal Foster, Tarzán de Burne Hogarth, el Hombre Enmascarado o los cómics de Milton Caniff, junto con los de Blasco o Freixas.
De allí pasé a la colección de libros clásicos de mis padres, encuadernados de forma magistral y con unas ilustraciones bellísimas. Shakespeare, Dostoievski, Cervantes,
A partir de allí, fue la locura. La necesidad de leer continuamente (para evadirme de la realidad, seguramente, y para conocer otras realidades), de conocer, de descubrir, de vivir, al fin y al cabo. Cómics del Portugués Coelho (
La publicación TRINCA salió cuando yo tenía 12 años, aproximadamente. Allí descubrimos las historietas que tanto nos marcaron de Palacios (Manos Kelly, El Cid,
Los libros de tapas duras de Lucky Luke, Astèrix, Tintin, Blueberry... O las historias de Mort Cinder, de Alberto Breccia (entre tantos).
Y llegó la época dorada de los cómics en nuestro país a finales de los 70 y principios de los 80. De las primeras lecturas en catalán con los libros de Quim Monzó o de Manuel de Pedrolo, por poner solamente dos ejemplos. Y los grandes libros, como
Las portadas (extraordinarias) de Corben, Enrich , Sanjulián o Frazetta. Los cómics de Manara, del incomparable MOEBIUS, José Gonzalez, Carlos Giménez, Luis García, Jeff Jones, Piter Pontiac, José Ortiz, Fernando Fernández, Horacio Altuna... las ilustraciones de Boris Vallejo...
¿De dónde sacábamos tiempo para leer todo aquello? ¿Para escuchar tanta música? ¿Y para salir con los amigos?
También me apetece recordar aquí los libros de Jack Kerouac, William Burroughs, Charles Bukowski, Alfred Jarry, Julio Cortázar, Woody Allen, Groucho Marx, Edgar Allan Poe, Emile Zola, Kafka, Bertold Brecht, Machado, Lewis Carrol, Rafael Alberti, Neruda... Además de toda la poesía cantada, escuchada, aprendida (la mejor manera de memorizar una poesía, mediante una canción) con Serrat, Paco Ibáñez, Ramón Muntaner, Raimon, Ovido Montllor.
Y en verano, en el camping de Salou, las publicaciones para los extranjeros: Los cómics franceses de Pilote (Luis García, Carlos Giménez...), Lucky Luke (Mc Coy de Palacios...) o alemanes (Umpah-Pah de Goscinny y Uderzo...).
Éramos, dicen algunos, una generación pasota; pero lo absorbíamos todo y todo nos interesaba. Literatura, Música, Arte (me entusiasmaban los grandes ilustradores del Arte: Velázquez, Sorolla, Dalí...), Creación...
Ahora ya no queda tiempo para leer ni para casi nada, pero el «poso» que dejó aquella época todavía persiste Hoy y para Siempre.
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viernes, 11 de abril de 2008
The Clash
El 27 de abril de 1980 asistí al concierto que The Clash dio en el Palacio de Deportes de Badalona. Recuerdo la fecha exacta porque es mi cumpleaños. Cumplía yo dieciocho años y mis hermanos me regalaron la entrada del concierto de los Clash, una camiseta de los Clash, el LP Sandinista que los Clash acababan de publicar y una chapa de los Clash. Por suerte me encantaba el grupo, porque si no…
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jueves, 10 de abril de 2008
The Residents
Uno ya no es la misma persona después de ver a The Residents en directo. No es un grupo normal. Lo digo en presente porque me parece que aún están en activo. De hecho, podrían ser los músicos de siempre, sus primas o los sobrinos de sus biznietos: nadie les ha visto nunca la cara. Hay quien dice que son varios ex presidentes de los Estados Unidos. Yo creo, más bien, que se trata de cuatro ex Sumos Pontífices de
Asistí a uno de sus conciertos hace unos veinticinco años. Era en un teatro de Badalona, creo. Y es que a The Residents hay que verlos sentado. Llegué, me senté y, cuando un individuo fue a ocupar el asiento que había junto al mío, le dije: “Está ocupado”. Hacía cinco o seis años que no veía a Tomás, un amigo de esos de siempre, de los de la infancia. No sabía nada de él. Pero estaba seguro de que, si estaba vivo, acudiría al concierto. Entró en el teatro poco antes de que empezara el show. Le llamé y, al cabo de un momento, conversábamos como si no hubiera pasado el tiempo mientras esperábamos el inicio de un concierto de The Residents. ¿Qué más podía pedir?
El vídeo que he subido al blog no tiene desperdicio. Hay que verlo entero.
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miércoles, 9 de abril de 2008
D.A.F.
He subido este vídeo de los D.A.F. por varias razones. En primer lugar, porque siempre me han gustado y porque, claro, son una de aquellas bandas que nos hicieron bailar a principios de los ochenta. Pero también para dejar claro que en aquellos tiempos hubo bandas de todos los colores y tendencias, que casi nadie actuaba igual que los demás y que cada concierto era totalmente diferente. Algunos tenían más fuerza, otros daban menos espectáculo y casi todos subían al escenario con su propio cuelgue. El directo de hoy en día está tan medido que resulta plano, sin alma.
Siempre he sido partidario de los conciertos en salas de poco aforo. Eso fue un triunfo del punk, que consiguió dejar a un lado a los que se creían grandes estrellas del rock y necesitaban veinte metros de escenario para lucirse. Los músicos comunican mucho más en las salas pequeñas, donde están cerca del público.
Los macroconciertos, en cambio, no me gustan nada. Me parece muy triste que la gente no vaya a escuchar un concierto, sino de fiesta. A menudo, en esas grandes convocatorias en descampados provistos de varios escenarios, actúan tantos grupos que buena parte del público ni siquiera sabe quién está actuando en ese momento. Y no les importa. Es como entrar al cine sin saber qué película se va a proyectar. Aunque supongo que así ha de ser el siglo XXI. Vamos al cine sin saber qué película proyectan y luego vamos al concierto sin tener idea de quién toca. Pero es que la cultura nos importa un huevo. Vamos de fiesta y no a otra cosa.
Ahí están los D.A.F., entonces. Era curioso ese grupo alemán compuesto de un ario y del hijo de unos emigrantes españoles. A veces, como en la actuación de este vídeo, les acompañaba a las teclas un ser de aspecto asexuado. Puede gustarnos o no. Pero estoy seguro de que hoy en día no pueden verse conciertos del mismo aire.
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martes, 8 de abril de 2008
Pere Ubu
Un muchacho llamado Alfred Jarry escribió, a finales del siglo XIX y antes de acabar alcoholizado, una obra de teatro que llevaba por título UBU REY. Sin saberlo estaba creando el precedente del Dadá y el Surrealismo. El personaje principal, PERE UBU (El Padre Ubu, en francés) era un individuo neurótico y casi esquizofrénico cuyo nombre tomaron unos músicos de los años setenta y ochenta para su grupo: PERE UBU. A mí me encantaban. Los menciono en la novela, claro, como a otros tantos grupos que llenaron nuestro mundo cultural y subversivo. Poco a poco iré dándolos a conocer a través de los vídeos que voy capturando en la red.
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domingo, 6 de abril de 2008
Textos Libres. Lluis (7)
Lluis vuelve a las andadas. Hoy nos habla de los conciertos de aquellos tiempos y empieza recordando los antecedentes de los macroconciertos de hoy en día. Entonces no acostumbrábamos a ir a conciertos de varias bandas. Lo habitual era asistir al concierto de un grupo y, después, con la cabeza llena de música, íbamos a tomar algo y a comentar lo que acabábamos de vivirstsl duien recuerda "El conoci. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante
EMOCIONES EN VIVO
Los conciertos no solamente representaban un acontecimiento musical, sino también social y un lugar de encuentro para toda la «basca».
Ya hablé, en un texto anterior, de las grandes concentraciones de CANET, con una gran carga simbólica, política y reivindicativa. Pero hubo otros (encuentros primordialmente musicales y de relación) como el CALELLA CAMPING ROCK: varios días de acampada en un lugar especialmente habilitado para tal efecto, donde también se reunía mucha gente para escuchar y ver a sus grupos de la época. En las diferentes ediciones del festival pasaron por sus escenarios gente muy diversa, que iba de los Guadalquivir a Música Urbana; De Unión Pacific a Ñu, o los Rápidos, Ilegales, Las Fuerzas atroces del Noroeste (Siniestro Total, Aerolíneas Federales...), Décima Víctima, Derribos Arias o Glutamato Yeyé, por poner solo unos pocos ejemplos.
También las fiestas-conciertos, como el de la presentación en vivo del primer trabajo de
Así de alucinantes fueron los bolos de los increíbles Psychedelic Furs, de Talking Heads o, posteriormente, de Lloyd Cole and the Commotions, Immaculate Fools o Sisters of Mercy.
También los «macroconciertos» en los estadios de
Los conciertos en la discotecas y pubs: Gabinete Caligari y Alfavil en Caballo Blanco, Derribos Arias, Tequila (con los que compartimos, por cierto, unas copas en el Soneto, el pub de Edgar) y, cómo no, nuestros amigos y sus bandas: El Hombre de Pekín, Pastel, Inopia, Azúkar en
Los que no podíamos ver (por falta de pasta o porque se hacían demasiado lejos), los veíamos por la tele (había varios programas de conciertos y actuaciones en directo realmente buenos) o los escuchábamos por la radio (especialmente Radio 3). Me apetece especialmente recordar el concierto de Reus de Gabinete Caligari + Azúkar en
Me apetece recordar también a nuestro amigo Ros, promotor incansable de conciertos y movidas, o a la gente de
Quede, también para ellos, mi recuerdo.
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miércoles, 2 de abril de 2008
martes, 1 de abril de 2008
Textos Libres. Lluis (6)
Lluis nos habla hoy de la educación en los tiempos anteriores a
Yo viví en aquella época gris, en aquella época oscura, gran parte de mi infancia y mi juventud.
Primero fue aquel colegio. Parecía que el primer objetivo fuera asustarnos. Aquellos castigos: encerrados a oscuras en el «cuarto de las ratas» (todo un clásico). Al principio era tenebroso (más por no saber lo que podrías encontrar allí que por el cuarto o la oscuridad en sí), pero luego, con el tiempo, dejaba de darte miedo y, por lo tanto, de ser efectivo para los que lo utilizaban para «aterrorizarte».
Luego fue el colegio de los «Hermanos».
Los primeros cursos (¡¡éramos muy pequeños!!), con aquellos profesores que parecían estar sacados de una película de cine negro. Con aquella autoridad que marcaban con sangre (la letra, con sangre entra), con aquellos procedimientos incomprensibles que existieron (aunque, visto en perspectiva, parece imposible) y perduraron en el tiempo.
Las revisiones de nuestra higiene. Nos hacían enseñar las uñas y, si las teníamos largas, recibíamos un golpe con la regla de madera en la punta de los dedos. Los guantazos, con el consiguiente «algo habrás hecho» de algunos de los padres de nuestros compañeros (que no de los míos, por fortuna) y la ridiculización frente al grupo. Y era mejor no protestar, porque, quien lo hacía, recibía más. Era su forma de educar y formar (al cuerpo y al espíritu).
Se entraba a clase en formación. Los profesores de gimnasia (y algunos otros) eran militares (y no eran los peores, en algunos casos), había imágenes de Franco en el comedor y en algunas de las aulas y zonas comunes y existían clases de gente (y gente con clase, que decía aquel). Especialmente los «soperos» (como se les conocía), que eran niños de familias de pocos recursos que pagaban su manutención y sus estudios (muy al espíritu del «fundador») sirviendo las mesas en los comedores y limpiando, y que comían aparte y con una dieta «especial» (a base de sopa y poco más; de ahí lo de soperos).
En el «recreo» jugábamos a la pelota, a arrancar cebollas, o al «cavall fort» («el churro», que era un juego que hoy en día podría considerarse «salvaje» pero que nos encantaba... sobre todo para quitarnos del cuerpo toda la rabia acumulada). Un amigo se inventó un juego que consistía en formar equipos y pelearnos los unos contra los otros, lo que motivó más de una ida y venida al «botiquín». Por esos juegos, un compañero pasó gran parte del curso con el brazo escayolado.
Recuerdo aquellas «campañas» del Domund, obligados a pedir por toda la ciudad cargados con aquellas pesadas huchas de barro que reproducían cabezas de niños de otras etnias y culturas (el negro, el chino, el indio...). Y los castigos para aquellos que volvieran con las huchas vacías o poco llenas. Podían incluso acusarte de ladrón si la recolecta no salía según sus deseos. Y las campañas de navidad, con aquella habitación llena de latas y botes de comida, de turrones, de vino, de champagne... para los pobres... (turrón del duro, para los pobres. Duro, como su vida).
Me acuerdo también de aquellos bocadillos (de la cantina) con tortilla hecha de harina y agua (cuando no se podía comer carne). Tortilla con trampa, que decía mi madre.
Recuerdo aquellas misas, aquellos confesionarios, aquel arrepentimiento y aquellas tenebrosas charlas sobre el castigo infinito que recaería sobre los pecadores. Sobre el infierno y la redención de los pecados. Sobre los purgatorios...
Para mi cabecita, aquello era lo más asfixiante. Pensar en que, si obraba mal, sería castigado para siempre, por toda la eternidad. No podía contener el vértigo de imaginar algo que no tendría nunca fin (todo niño necesita saber dónde están los límites y dónde una cosa empieza y acaba) y que además debía de ser tan doloroso (quemándonos en el fuego eterno del infierno).
También aquellos intentos de toqueteos y demás «actos cariñosos» del hermano que nos daba mecanografía y que todos odiaban (aparte de un par de raritos a los que ya les iba bien) o los sermones «franquistas» del profesor de historia (¡¡increíble!!¡¡Un facha reconocido y convencido, enseñando historia!! Su historia. La historia de los vencedores, para los vencidos). Aquellas increíbles marchas y demostraciones de fin de curso ante los padres (prietas las filas...) y el orgullo de profesores y formadores.
También recuerdo los razonamientos absurdos de algunos de aquellos «científicos de la enseñanza». Uno de ellos tenía por costumbre, cuando le preguntabas por algo que no entendías, responder: «Pues si no lo entiendes... ¡¡te compras entendederas!!» (con lo que todas las dudas se disipaban).
Todo aquello nos convirtió, a algunos, en niños muy creativos e imaginativos. ¡¡Había que huir de aquella realidad fuera como fuera!!
Pero también tengo (a pesar de todo) buenos recuerdos de aquella época. Los amigos (cuando las situaciones son duras, la amistad se refuerza), las sesiones musicales (me gustaba la música y cantar... era como un soplo de aire fresco en un ambiente tan triste y gris), los cines del sábado por la mañana (con aquellas películas históricas, que todavía recuerdo) y un profesor de historia y religión de los últimos años que aprovechaba sus horas de clase para leernos libros sobre viajes o historia y con el que teníamos una complicidad especial.
Los mayores representaban el soplo de libertad que todos ansiábamos: con sus largas melenas y sus barbas, fumando en los servicios y mirándonos por encima del hombro, hablando de chicas y de tantas cosas que todavía teníamos que descubrir.
Retratan muy bien aquel ambiente y aquellos años, dos trabajos musicales posteriores: Devocionario, un mini-lp de los Golpes Bajos y, especialmente, «Veus de lluna i celobert» de Ramón Muntaner.
Luego los «hermanos» se volvieron muy progres y el centro cambió. Se admitieron chicas y se cambiaron retratos y enseñas, para continuar siendo aquel centro «modélico» que cualquier padre desearía para sus hijos.
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miércoles, 26 de marzo de 2008
Otro fragmento de la novela
Hace unos veinte días publiqué aquí un fragmento de la novela. Hoy publico otro. Ambos pertenecen a los momentos iniciales de la narración, cuando está planteándose la trama y aún no se adivina por dónde pueden ir los tiros. Porque se trata de una novela de intriga, ¿no lo había dicho? Bueno. Espero que la publicación de este fragmento sirva para afianzar las ganas que tienen algunos de que salga ya a la venta.
«No hay que subestimar al enemigo», dice Raúl Portales. Está sentado enfrente de Isabel. También para él han pasado los años —debe tener cincuenta—, pero sigue siendo un hombre fuerte y conserva la confianza en sí mismo que tenía en su juventud. «No, no hay que subestimar al otro. Muy al contrario de lo que pensara Gonzalo o de lo que piense quien sea, sólo se nos veía cuando nosotros queríamos que así fuese. Eran tácticas de intimidación que poníamos en práctica, sobre todo, al principio de cada temporada. Si de ese modo conseguíamos que los delincuentes decidiesen ir a otra parte a tocar las narices, mejor para todos. Y dejémonos de cuentos, porque el grupo de Gonzalo y los otros bailaba muy a menudo entre lo decente y el delito y, por lo tanto, tenía que aparecer en la lista negra del sargento Zafra, o el Turco, vaya, como sabíamos que le llamaban en la calle». Raúl enciende un cigarrillo y, después de echar el humo, espera un segundo y sigue hablando. «Yo estaba entonces a sus órdenes. El sargento era el prototipo del policía franquista fuera de contexto. Porque Franco había muerto, pero las secuelas de su manera de poner orden en todo esto se quedaron con nosotros durante unos años. Algunas veces estuve a punto de decirle: “Mi sargento, déjelo: Franco ha muerto y el mundo es otro”, pero creo que no me habría entendido. Una vez me enseñó una especie de calendario de bolsillo que llevaba impresa la foto de Franco en su ataúd, la bandera haciendo ángulo y un escrito al lado: “Señores demócratas: este hombre fue honrado, gobernó España infinitamente mejor que ustedes y murió en la cama”. Algo así. El sargento era amigo de estas cosas. Le gustaban los llaveros con la cara de Primo de Rivera, las botellas de vino etiquetadas a la memoria del generalísimo, todo ese follón de objetos patrióticos que por aquellas fechas se pusieron a la venta como si fuesen las reliquias de los santos. Y por supuesto no era el único al que le iba esa tendencia en la comisaría. Pero yo era mucho más joven que él y pertenecía a una nueva generación, sin tanto pasado donde mirar y, en consecuencia, sin rencores. Por eso chocábamos de vez en cuando. El Turco todavía creía que el delincuente llevaba escrito el delito en la cara, que todo lo que salía de lo normal estaba causado por las drogas y sí, es verdad, Gonzalo y los otros le molestaban. Sabíamos que eran consumidores ocasionales de drogas, un poco gamberros, bastante juerguistas y algo rojillos, pero el país estaba lleno de consumidores ocasionales de drogas, de gamberros, de juerguistas y de rojillos. ¿Por qué se fijó el sargento precisamente en ellos? Nunca me lo dijo. Se lo pregunté un día en que íbamos tras unos pájaros realmente peligrosos, vimos por casualidad a Julio y Antonio con sus pintas de costumbre y el sargento ordenó que parásemos y que les cacheáramos “por si acaso”. Le dije: “Mi sargento, nos estamos equivocando de sospechosos”. Me fulminó con la mirada, no tuvimos más remedio que cumplir la orden y, por supuesto, perdimos la pista de los otros, los realmente peligrosos, que tuvieron tiempo y escaparon. Sí: el sargento tenía una especie de obsesión con esos muchachos. Y creo que no era sólo porque fuesen unos drogadictos y unos rojos. Ya he dicho que había muchos de ésos por ahí. La cuestión estaba en que eran unos rojos y unos drogadictos y, además, lo iban diciendo a gritos. Creo que ésa era la clave, lo que el sargento no podía soportar». Raúl hace una pausa para pensar. Luego continúa hablando. «Cada año, poco antes de las vacaciones de la semana santa, el sargento organizaba una serie de operaciones de limpieza que agrupábamos bajo el nombre de Campaña de Primavera. Era por el turismo, claro. La nuestra era una ciudad de verano, de cartón y pegamento, de muchas luces cuando estaba a tope y casi abandonada durante los meses de invierno. Por eso en invierno nos dedicábamos a otros asuntos y, cuando se acercaba el verano, dábamos unas batidas y dejábamos limpio el horizonte para los turistas. ¿Quién recibía sobre todo en esas operaciones de limpieza pura y dura? Los más estrafalarios, claro, y los pintas y los que pudieran estorbar en la fotografía de recuerdo aunque no se hubiesen metido con nadie. O sea que los tipos como Gonzalo, Isabel, Julio y Antonio tenían todos los números, porque aparte de dar la nota con sus pelos de punta y sus cazadoras de cuero, sí se metían con la gente. O vacilaban al personal, vaya, que viene a ser lo mismo». Fuma otra vez y continúa. «Pero recuerdo que en 1980 no hubo Campaña de Primavera. El sargento tuvo que ausentarse por motivos personales y no quiso delegar en nadie. Estuvo fuera bastante tiempo y, cuando volvió, encontró su ciudad hirviendo de turistas que, a su entender, le estaban reprochando que permitiese ir por la calle a espantajos como Gonzalo. Por eso perdió los papeles. Quiso demostrar que había vuelto y, en su empeño de dejarlo bien claro, se pasó de rosca y puso en movimiento a todo el mundo, dio órdenes de locos, confundió a las patrullas y llegaron a encontrarse dos de ellas en el mismo lugar, nada menos que en el bar Colores. Lo nunca visto. Yo no viví el incidente porque tenía otras cosas que hacer, pero me lo contaron los compañeros. De risa. Sí, estuve riéndome una hora. Pero aumentó la tensión. Porque el sargento estaba seguro de haberse convertido en el hazmerreír de la tarde y, claro, no iba a perdonarlo. Se lo vi en los ojos al día siguiente, cuando dijo sin venir a cuento: “Se van a enterar esos cabrones”. No dijo a quién se había referido ni me atreví a preguntárselo, pero supe que hablaba de Gonzalo y de Julio. No de Manuel, con quien tenía un trato distinto porque, bueno, sólo era un delincuente como tantos otros. A Manuel le importaban un carajo las ideologías y las banderas y, además, no estaba jugando a ser delincuente: lo era. Pues bueno. El sargento dijo “se van a enterar esos cabrones” y yo entendí que hablaba de Gonzalo y Julio. Pero no hizo nada porque alguien se le adelantó».
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