miércoles, 12 de marzo de 2008

La Transición y los complejos

El estudio de la Transición está tan edulcorado y tiene tantas lagunas que es casi imposible hacerse una idea de lo que realmente ocurrió. Ya lo hemos dicho muchas veces. Si se trató de la época más ejemplar de nuestra historia reciente, ¿cómo se explican tantas huelgas, tanta inseguridad, aquel terrorismo imparable y la constante amenaza de un golpe de Estado que, por cierto, dejó de ser amenaza y se convirtió en realidad? Para comprenderlo debemos tener en cuenta unos cuantos factores que han ocultado hasta ahora todas las fuentes de información. Algunos de ellos ya están tratados en este blog: el ambiente general, la calle, los cómics, el nacimiento del punk, la música y la Movida. Pero hay otros, sin duda, y uno de ellos tiene que ver con el complejo de inferioridad que teníamos los españoles respecto al resto de ciudadanos de Europa.

Acabábamos de salir del franquismo. Y no es que el pueblo venciera por goleada al sistema, qué va. Simplemente lo dejamos atrás porque así lo quisieron los gobernantes. Éramos un pueblo atrasado y cutre. Los europeos tenían la imagen del español desdentado y con las uñas sucias que, por cuatro duros, se ponía a bailar flamenco o a dar pases de pecho con el mantel a cuadros de la cocina. Y la verdad es que había bastante de eso. Los españoles lo sabíamos y, quizás por la costumbre de haber vivido decenios con ese peso a la espalda, no renunciábamos a ser los hijos bastardos de Europa. Creo que hasta nos gustaba jugar a serlo. Era nuestro papel.

Aún no habían terminado, por ejemplo, las excursiones al sur de Francia para ver películas verdes. Las colas interminables ante la aduana andorrana denunciaban, bien a las claras, la carencia de algunos productos alimenticios o tecnológicos en nuestras tierras. ¿Qué puede pensarse de un país cuyos habitantes hacen colas quilométricas para comprar mantequilla? Vivíamos en el pasado, agobiados por una leyenda que, poco o mucho, habíamos alimentado nosotros mismos. Todo lo que hacían los extranjeros estaba bien y lo nuestro no valía nada. Ningún español era capaz de cuestionar la calidad de una radio japonesa, pongamos por caso, de un traje italiano o de un queso francés. La ignorancia estaba a la orden del día. Se votó la Constitución, por ejemplo, sin que nadie supiera qué era ni para qué servía. Pero los países adelantados tenían Constitución y eso era suficiente para decir que sí, que queríamos una. Aún hoy nos asombraría la cantidad de gente que vota en las elecciones y no sabe qué es el Senado.

Y, mientras tanto, venían los extranjeros a nuestras playas con aires de superioridad y unos billetes que habían ganado currando como cabrones durante once meses al año. No les sobraba el dinero precisamente, pero a nosotros nos parecía que nadaban en oro. A veces llevaban la prepotencia al extremo y nos rebotábamos. Recuerdo una ocasión en que tres camareros de aquí pusieron en fuga a una docena de guiris borrachos a puñetazos. Pero era raro que sucedieran esas cosas. Por lo general, la gente aceptaba que los extranjeros se comportaran como si fueran más que nosotros. Ahora sabemos, no sólo que no nos llevan ventaja en nada, sino que probablemente vivimos mucho mejor que ellos. Pero entonces no lo sabíamos.

Esa situación, como digo, aumentó un complejo de inferioridad que ya teníamos y que, por suerte, ha desaparecido. No debe ser fácil que un joven de nuestros días pueda comprender aquella mentalidad. Pero la teníamos. Por eso creo que, en parte, ese supuesto gran triunfo del pueblo español durante la Transición necesitaba que nadie hablase de nuestras miserias. Sin embargo, creo que los que vivimos aquello podemos recordar, con bastante precisión, docenas de ejemplos de la diferencia abismal que había entre nosotros… y el resto del mundo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Como podian no tener complejos (nuestros mayores, porque nosotros estabamos en el limbo.. y no es un rock) cuando veian los coches o incluso las mujeres que traian esos extranjeros (lo se por mis veraneos en el camping). Y como consumian!! (y eso que teoricamente los que aqui venian eran la "purria" de Europa... lo peor). Los más jovenes no nos sentiamos inferiores, sino que los veiamos como inferiores (venian a nuestro pais a buscar lo que ellos no tenian... y , además; no sabian hablar!!). Eso era lo bueno del camping, un coctel inmenso de culturas, clases sociales y formas distintas de vivir la vida .. y de eso, también se aprendia. Cierto, no estabamos al mismo nivel y tardariamos mucho en estarlo; pero con un gramo de ropa sobre el cuerpo; todos podiamos parecer iguales... o no.

Lluis

Anónimo dijo...

Y rápidamente aplicamos el "lazarillazo" de hacernos el tonto para llevarlos al huerto; y a la huerta. Que Europa también aprendió lo suyo de nuestra boina.

Milana Bonita.

Anónimo dijo...

A mí los que me daban mucha rabia eran los "guiris" de la Costa Brava. Parecían pavos reales y cuando se emborrachaban nos ensuciaban y destrozaban las calles. Y nosotros, o más bien nuestro complejo, consintiéndolo.

Anónimo dijo...

yo recuerdo con cariño que de chaval (antes de que palmara Paco, el generalisimo), de vez en cuando en la playa dels Capellans de Salou, se veia alguna guiri enseñando las tetas!
Con mis amiguetes nos apalancábamos tras algún escondite para observar tal maravilla!
Qué cosa! Venía la guardia civil (a las 11 de la mañana!) y se las llevaba palante!
jose