lunes, 11 de febrero de 2008

Textos Libres. Mar

Mar no fue consciente en su momento, pero a medida que ha ido leyendo los Textos Libres de este blog se ha dado cuenta de que estuvo tan inmersa en el submundo de la Transición como el que más. Nos envía un par de apuntes y una anécdota de la época en la que, como casi siempre, intervino aquella policía que aún olía a rancio y a franquista. Desde luego, la Transición política española no fue tan ejemplar como pretenden. Ni mucho menos. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com.



Yo dije que asistiría al blog de la Generación Inexistente en calidad de «voyeur», pero al final me he animado y voy a contar algo.

Leyendo todo lo que publicáis en el blog me he dado cuenta de que yo también viví todo eso y de que, no sé muy bien por qué motivo, lo veía como algo ajeno, pero lo cierto es que estaba metida hasta la médula como todos vosotros.

De todas maneras hay cosas que no me cuadran de la policía y la Transición. No comprendo ahora, ni comprendí en su momento, por qué la policía no nos dejaba vivir y, cuando se encontraba con un conflicto de verdad, hacía como que no lo veía.

Recuerdo una semana fatídica en la plaza de la Concordia de Barcelona en la que un par de «quinquis» se dedicaron a quemar papeleras y gatos delante de todos los que estábamos por ahí. La policía estaba escondida en «Can Deu» haciendo su guardia nocturna y asistiendo impasible al espectáculo, sin atreverse a salir. Recuerdo haber pasado una sensación de inseguridad ciudadana absoluta. Parecía que «los que no hacíamos nada» estuviéramos en manos de policías grillados que podían meternos en el Talego en cuanto nos descuidásemos o taladrarnos con el subfusil cada vez que nos «paraban» y que, sin embargo, no tuvieran agallas para detener a un personaje verdaderamente peligroso. Parecían cobardes encantados de llevar el uniforme porque alguien les debía de haber dicho que tenían cierto poder y que eran la leche.

Aunque yo no había llevado nunca pinta rara, la policía también me pedía la documentación cada dos por tres (quizás porque mis amigos sí que llevaban esa pinta).

Recuerdo una anécdota divertida. Una noche, estando con mi hermana y unos amigos, decidimos ir a casa de uno de ellos a «acabar la noche» porque ya nos habían echado del local en el que estábamos. La casa del amigo en cuestión estaba cerca de Esplugas y enfilamos la Diagonal en su coche en esa dirección. Cuando llegamos al primer semáforo, una de las amigas, que iba un poco borracha, se bajó del coche y se puso a cantar en medio de la calzada; y ya que el semáforo se puso verde y «la borracha» corría peligro de que la atropellaran, salimos a buscarla y la metimos entre todos en el coche de nuevo, entre risas.

Lo gracioso del caso es que dos semáforos más adelante nos paró la policía y nos pidió, como siempre, la documentación. Se la llevaron a su coche y estuvieron media hora haciendo comprobaciones. Después de eso se nos acercaron y empezaron a acribillar a preguntas a «la borracha». Ésta no paraba de reír y los policías llevaban un mosqueo que no se aguantaban. Al final averiguamos que creían que estábamos raptando a la chica. Al parecer llevaban rato siguiéndonos y, al ver que ella intentaba salir del coche y nosotros la metíamos a la fuerza dentro de él, decidieron pararnos para «salvarla». Además, como llevaba un colocón interesante, creyeron que le habíamos dado algo para «inhabilitarla» y por eso no paraban de hacerle preguntas. ¡Jo!, ¡lo que nos llegamos a reír aquella noche!

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