martes, 26 de febrero de 2008

Textos Libres. Lluis (2)

Lluis vuelve a la carga con un texto que arranca en los últimos momentos del franquismo y acaba con su experiencia personal cuando el 23-F. Creo que hoy es muy difícil imaginar un golpe de Estado al viejo estilo de entrar en el Congreso pegando tiros. Pero aquel día de 1981 sucedió, quizás por última vez en la historia, y fue muy intenso. Desde mi punto de vista sólo se ha dado otra ocasión en que la intensidad originada por la política haya llegado tan lejos durante la democracia. Me refiero a la gestión repugnante que el Partido Popular hizo de los atentados de Madrid desde 11 hasta el 14 de marzo de 2004. Únicamente el 23 de febrero de 1981 observé una tensión parecida en la gente. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com

Voy a contar algunas experiencias que, aunque posiblemente no reconozcan muchos de mis amigos de generación, viví en los últimos años del franquismo y primeros de la transición política.

Yo soy el cuarto de cinco hermanos de una familia burguesa, tradicionalmente católica y de buena posición económica. Estudiaba en La Salle, iba a misa todos los domingos con mis padres y hermanos, teníamos negocio propio y vivíamos en el centro de la ciudad, en una casa que había sido de unos marqueses y que adquirieron mis bisabuelos. A pesar de ello, éramos más de izquierdas que de derechas (en la Transición, mi padre, por ejemplo, simpatizaba más con el PSOE que con la derecha) y entre mis hermanos había militantes de la LCR, el PSAN o las plataformas universitarias. De ellos aprendí el por qué de la lucha política de izquierdas y el amor por la lectura.

La música que escuché, los libros de leí, los conciertos a los que asistí, fueron una muestra más de lo que comento. Musicalmente hablando, por ejemplo, recibí influencias de gente tan dispar como: C, S, N and Y, Bob Dylan, Joan Baez, Donovan, Simon & Garfunkel, y otros como Los Beatles, Los Moody Blues, Rolling Stones, T-Rex o Gary Glitter... y, sobre todo, de todos los cantautores protesta posibles de la época de la lucha política contra el franquismo.

Ocurrían cosas tan emocionantes como recibir, en una paquete muy bien envuelto y pasado de mano en mano como si fuera droga, un casete con «La Cantata de Santa María de Iquique» (de los chilenos exiliados en Francia, Quilapayún) que mi hermano mayor guardaba muy cuidadosamente porque estaba más que prohibida y, si se la encontraban, le podía caer el pelo (por cierto, la imagen del Presidente Allende y de aquel fatídico 11 de septiembre es imborrable de mi memoria); o ir a buscar a Andorra los discos prohibidos confiando en que no fueran encontrados por la policía (de los ya nombrados Quilapayún, de Paco Ibáñez, Violeta Parra, Víctor Jara...); o asistir a conciertos multitudinarios en Canet de Mar (BCN): Les 6 hores de Cançó o las 12 horas de Rock. ¡Cuantos recuerdos! Allí, sentados, en aquella impresionante explanada habilitada como zona de conciertos, rodeados por banderas de todas las nacionalidades y colores políticos (recuerdo unos policías corriendo detrás de un grupo de chicos para quitarles una Ikurriña). Para llegar se tenía que pasar por un estrecho camino mientras nos «custodiaban» unos picoletos armados. Y ya allí, sentados, veíamos pasar cientos de jeeps cargados de policías, por detrás del escenario, rodeando aquel impresionante solar donde nos reuníamos gentes llegadas de todas partes para escuchar a los cantantes de entonces (Elisa Serna, Lluís Llach, Quico Pi de la Serra, Sisa, Pablo Guerrero, Luis Pastor, Aute...). Los que no iban era porque estaban prohibidos y no se les había permitido actuar. Y todos juntos, por la noche, cantando aquellas canciones como una sola voz. Aquel estruendo de voz nos hacía sentir afortunados por vivir momentos únicos e irrepetibles y también hacía que nos sintiéramos invencibles a pesar de que Canet estaba, literalmente, tomado por la policía. En aquellos momentos (y tal vez ya nunca después, al menos de aquel modo y con aquel sentimiento) nos sentíamos libres (aun no siéndolo) y poderosos, capaces de cambiarlo todo y llenos de esperanza.

También recuerdo las reuniones en el «Centro de Lectura» para charlar, organizar asambleas y actos de protesta, escuchar a los cantautores locales o ver películas en el cine club, la emoción de tener un lugar propio y común a tanta gente de tan distinta ideología y condición. También se iba como punto de reencuentro después de las manifestaciones, cansados por las carreras, con los corazones palpitando a toda velocidad o magullados si habíamos «recibido» de los grises.

Mucha gente se la jugaba cada día y a cada instante por sus ideas políticas, por la música que escuchaba, por los actos y conciertos a los que asistía; pero todos los que participaron de todo aquello se sentían envidiosamente vivos y fuertes, con toda la energía y poco miedo. Eso tal vez sea inherente a la condición de ser joven, la dificultad de asociar los actos que uno secunda con el peligro que eso pudiera ocasionar.

Avanzando en el tiempo recuerdo también, tras vivir experiencias gratificantes y cuando parecía que todo estaba empezando a normalizarse, el 23 de febrero.

Yo estaba, por aquel entonces, trabajando en Correos, en la sala de clasificación de correspondencia. En una sala contigua estaban dos de nuestros compañeros escuchando la radio (como cada tarde) mientras trabajaban. De repente entraron a nuestra sala, pálidos y asombrados, claramente asustados y comentando que, por la radio y desde el Congreso de los diputados, se habían escuchado disparos y que la guardia civil y los militares habían tomado el Congreso y tenían secuestrados a todos los asistentes a la sesión de aquella tarde. Nos quedamos literalmente paralizados y sin saber qué hacer. Se hablaba del toque de queda, del levantamiento del ejército, de un posible golpe de Estado...

El compañero más mayor dijo entonces:

Vamos a terminar nuestro trabajo, a dejar esto en buenas condiciones y vamos a irnos todos directamente a casa. No os paréis en ningún sitio ni habléis con nadie. Cuando lleguéis a vuestras casas, ponéis la tele o la radio y a ver qué dicen.

En la radio, por cierto, sonaba música clásica y, mudos, terminamos el trabajo, recogimos nuestras cosas, nos despedimos de nuestros compañeros (sin saber si íbamos a volver a vernos, sinceramente) y nos fuimos.

Recuerdo haber dejado atrás la oficina de Correos, una última mirada a aquel edificio y a mis compañeros que iban en otras direcciones. Recuerdo que era de noche y que la ciudad estaba totalmente desierta. Caminé tan rápido como pude y no recuerdo si me crucé o no con alguien. Cuando llegué a casa encontré a mi madre y a mi hermano mayor pegados a la tele. Hablamos sobre aquello con rabia y tristeza y mi hermano mayor empezó a quemar papeles «comprometidos». Yo le ayudé, tenía prisa por hacer desaparecer todo aquello. Fueron unos minutos largos y muy tensos y confieso haber pasado mucho miedo. Yo tenía a unos tíos y a unos primos en Valencia. Supimos lo del ejército por las calles. Todo me pareció una pesadilla. Estaba a punto de ir a la mili y pensé que era, sin duda, el mejor momento (siempre queda espacio para la ironía cuando uno lo esta pasando mal).

Creo que todo se precipitó con bastante rapidez: El discurso del rey, la normalización de las comunicaciones y los medios, la calle (muchos salieron a la calle aquella noche para luchar por su libertad y sus derechos, para demostrar que no iban a permitir que aquello siguiera adelante...) pero, a mí, aquello se me hizo eterno.

Pienso que todos tenemos la secuencia exacta o bastante aproximada de lo que pasó.

Soy consciente de que, durante bastantes años, vivimos con aquella sensación de amenaza constante y, en mi caso, eso se hizo más patente al tener que incorporarme al ejército. Me tocó hacer la mili en León y Valladolid, donde columnistas de la prensa afín al antiguo régimen, algunos altos mandos del ejército y también conocidos «personajes» del tejido social de la ciudad, nos «amenazaban» con nuevas sublevaciones si las cosas no sucedían según sus propósitos. Pero también aquello se fue normalizando con el paso de aquel año y del posterior.

2 comentarios:

MIGUEL ANGEL DÍAZ DE QUIJANO SANCHEZ dijo...

Muy bueno Luis! me has impresionado , de verdad.
Un abrazo.
mike

Anónimo dijo...

joé Luis!
Tendrías que dedicarte a escribir macho!
El texto engancha!
Mola.
er jose