viernes, 22 de febrero de 2008

Textos Libres. García

A García no se le da muy bien lo de escribir y me ha pedido que, a partir de sus ideas, lo haga yo por él. Su anécdota tiene gracia. Pertenece al marco de las correrías callejeras de los manifestantes ante los antidisturbios, quizás de los primeros tiempos de la Transición. García es un observador activo. Desde el balcón de su casa dispara su cámara para captar lo que sucede abajo, en la calle. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com.


El balcón del comedor de mi casa daba a un cruce calles. No se trataba de calles oscuras, estrechas o poco frecuentadas. Por ahí solían pasar las procesiones, los desfiles y las manifestaciones más sonadas. Y como he sido siempre un enamorado de la fotografía, cuando había algún evento me asomaba al balcón con la esperanza de captar alguna imagen que luego pudiera vender a los periódicos. No era cosa, entonces, de buscar lo impublicable o aquello que fuese susceptible de ser víctima de la censura. A fin de cuentas hacía las fotografías desde el balcón de mi casa y, por lo tanto, habría sido fácil dar conmigo si alguien hubiese querido hacerme daño. Por esa razón no disparaba a la primera. Pero ahí estaba siempre que los periódicos anunciaban movimiento, en mi puesto de observación.

Uno de aquellos sábados habían convocado una manifestación no sé si los comunistas, los nacionalistas, los anarquistas o todos juntos. Tampoco recuerdo qué se reivindicaba. El caso es que de antemano se sabía que iba a haber follón, gritos, persecuciones y tortazos. Como siempre, saqué una silla al balcón, preparé el trípode y, cuando llegó la hora, me senté a esperar. Al cabo de un buen rato empecé a oír las primeras voces. Con el tiempo me había convertido en un auténtico especialista y, según el rumor que iba llegando a mis oídos, ya sabía que la manifestación se había desecho y habían empezado las primeras carreras. Cargué la cámara. El ruido y las voces se acercaban a mucha velocidad. Era evidente, entonces, que en primer lugar aparecería un grupo de manifestantes y que luego llegarían, a toda pastilla, unos cuantos policías. No me equivoqué. En seguida aparecieron dos docenas de manifestantes y, tras ellos, seis u ocho policías armados con porras y escudos. Pero pasó algo. Como he dicho antes, el balcón de mi casa constituía un excelente punto de observación. Desde ahí podía ver el cruce y las cuatro calles. Pues bien. Los manifestantes pasaron corriendo bajo mi balcón y siguieron adelante, digamos que en dirección norte. No sé por qué razón, los policías que iban tras ellos no hicieron lo mismo. En lugar de continuar su carrera en dirección norte, al llegar al cruce olvidaron al grupo que habían ido persiguiendo y echaron por la calle que iba en dirección este. Tal vez recibieron una orden inesperada, no sé. Cambiaron de dirección todos los policías… menos uno, que, sin darse cuenta de la maniobra de sus compañeros, siguió corriendo en dirección norte. De modo que sólo un policía estaba persiguiendo a las dos docenas de manifestantes. En eso, uno de los manifestantes miró hacia atrás y vio que les perseguía únicamente un policía. Frenó en seco, se lo dijo a otro manifestante, éste a uno más, y así hasta que todos se enteraron y dejaron de correr. El policía, viendo que pasaba algo raro, frenó también su carrera. Los manifestantes le miraban, quietos, riéndose y hasta envalentonándose, diciéndole cosas. El pasma no entendía nada. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué habían dejado todos de correr? Se giró para ver cómo habían reaccionado sus compañeros y… ¡Zas!, se dio cuenta de que estaba solo. No había nadie a sus espaldas. Entonces vino lo más cómico, el mundo al revés. Los manifestantes apretaron a correr hacia el policía y éste, viéndose en manos de sus enemigos, echó a correr como un loco en dirección contraria a la que había traído. Lo malo es que no pude hacer la foto. Me eché a reír de tal modo viendo a un único policía perseguido por dos docenas de manifestantes que me resultó imposible apretar el disparador de la cámara. Una verdadera pena.

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