viernes, 1 de febrero de 2008

La estructura de la novela

Ya he dicho que, cuando empecé a escribir la primera página de la novela, no sabía ni cómo iba a acabarla. Sólo tenía una idea vaga en la cabeza: incluir una historia en el ambiente de la Transición mediante unos personajes extraídos de la realidad de aquellos tiempos. Eso era esencial para dar verosimilitud al relato. Los personajes debían pensar y moverse como lo hacían las personas que vivieron entonces. Un juicio de valor sobre sus personalidades a toro pasado o un planteamiento actual de los problemas en boca de unos personajes de finales de los setenta habrían dado al traste con toda la novela. Necesitaba volver mentalmente a la Transición, recuperar los hábitos y los vicios de la sociedad de esos años aunque hoy en día puedan parecer censurables. Y sólo había una manera de hacerlo. Debía definir a los personajes a partir de la personalidad de personas reales.

Eso me llevó a plantear la estructura de la novela de un modo diferente al habitual. Por lo general, las novelas están escritas a partir del relato de un narrador o de uno de los personajes. Pero el ambiente de la Transición fue tan amplio que un único punto de vista narrativo, por muy trabajado que estuviese, habría falseado la situación. Cada cual vivió aquello a su manera y, por lo tanto, era necesario que el lector dispusiera de varias perspectivas, de varios enfoques. De modo que pensé en la posibilidad de que cada personaje diera su opinión sobre los hechos. La novela, así, se convertía en un único relato desde distintos puntos de vista.

Naturalmente, el trabajo duro llegaría a la hora de ordenar los relatos de los personajes. Y debía pensar muy bien en ese orden no sólo para que el lector no se hiciera un lío con tanta opinión y tanta gaita, sino como medio de aumentar el interés de la lectura. El orden de los relatos, entonces, debía jugar un papel esencial en el modo de comprender el argumento. Pensé un poco y en seguida me di cuenta de que, sin pretenderlo, estaba dotando a la novela de un guión. Y la verdad es que me pareció muy apropiado, sobre todo por tratarse de una época en que los cómics tenían su peso en la vida diaria y los guiones eran algo más que una burda sucesión de planos violentos.

O sea que ya lo tenía. O no tenía nada, vamos, pero podía empezar cuando quisiera y además con la certeza de que el resultado, bueno o malo, tendría una solidez que no tenía un par de días antes.

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