miércoles, 6 de febrero de 2008

Textos Libres. Fernando y César

Fernando ha enviado una anécdota de los tiempos de la Transición en la que yo también me vi involucrado. La verdad es que al principio no la recordaba porque hubo muchísimas, pero en seguida me han venido a la memoria las imágenes de aquella noche. Por si eso fuese poco, parece que Fernando se ha cansado de escribir hacia la mitad del relato y me pide que lo termine. Bueno. Ya dijimos que quien quiera puede contar sus experiencias durante la Transición y publicarlas en este blog. Basta con enviar el escrito a: cgalianoroyo@gmail.com



Vale. De acuerdo. Romper aquel cerco policial a la juventud fue un latazo; pero no siempre salíamos perdiendo.

Recuerdo una anécdota... todavía no salgo de mi asombro. Seguro que César la recuerda con mayor nitidez, pero poco más o menos fue que: cerramos, para variar, el bar musical de unos amigos y cuando nos disponíamos a entrar en el coche de T (voy a llamarlo así) para seguir la charla en casa de no me acuerdo quién, paró a nuestro lado una patrulla de la guardia civil.

Hacía un buen rato que había amanecido. La calle estaba asquerosamente desierta y la patrulla bloqueaba el vehículo al que nos disponíamos a subir, cada uno frente a una portezuela. Alguien dijo: «¡Zas. La cagamos!».

Sólo de acordarme me da la risa. Durante unos segundos, densos, nos quedamos inmóviles; mirándonos por encima del techo del curioso coche de T. Una especie de Seat 124 familiar, no estoy seguro si amarillo o pistacho, que vete a saber de dónde lo habría sacado.

Desde luego, si uno traslada la óptica a la visión que debían tener los picoletos, no me extraña que se parasen para identificarnos. Era pa vernos.

No recuerdo bien cómo fue la cosa pero tengo impregnada en mi retina la escena de las zapatillas altas de basket de T (una roja y la otra verde) haciendo cacofonía colórica con lo atigrado del tinte de su pelo, diciendo algo así como: «Buenos días agentes». Nadie se puso nervioso. Les contestamos con total naturalidad y cortesía, incluso cuando uno me preguntó: «¿y esto?», mientras manoseaba una espadilla hecha de un trozo de hoja de sierra.

—Verá usted, señor agente. Somos miembros de un grupo de rock —dije como si ya lo hubiera contado un millón de veces—, y el bajista ha perdido la llave de la maleta en la que guarda su instrumento. He hecho la espadilla para poder abrirla. Es que teníamos que actuar, ¿sabe?

Poco más o menos, el uno y el otro contestaron a los agentes con una cordialidad harto campechana; familiar, diría yo. Tanto, que al no haber encontrado ni rastro de drogas, que supongo era lo que esperaban encontrar, nos recomendaron que circulásemos con precaución porque había niebla y podía pasar cualquier cosa.

Si hubieran sabido el por qué no encontraron nada...

Lo realmente divertido fue lo que sucedió cuando subimos al coche. Pero sigue tú, César, que a mí me da la risa solo de imaginar la expresión de sus caretos.


CÉSAR: Vale, ya sigo. Fernando ha olvidado algunos detalles del suceso. En cuanto bajaron del coche patrulla, los guardias nos encañonaron con sus armas. Recuerdo perfectamente a un guardia con la pistola en los riñones de Fernando y a otro apuntándonos con su metralleta a no más de dos metros de distancia. Hay que decir también que dos de los guardias fueron, metralleta en mano, a ver «si había algo sospechoso en ambos confines de la calle», lo cual era una gilipollez porque a esas horas no había ni un alma en los alrededores y, además, no puede haber nada sospechoso donde no ha sucedido nada. Sospechoso, ¿de qué?

El caso es que, como ha dicho Fernando, antes de largarse nos advirtieron de que tuviésemos mucho cuidado al circular, como diciéndonos: «No os hemos encontrado ni un triste canuto, pero está claro que sois unos pájaros y que, hoy por hoy, habéis tenido suerte. Pero tened cuidado». Los tíos subieron al coche patrulla y al cabo de medio minuto doblaron la esquina y les perdimos de vista.

—Bueno, ya está —dijo T, riéndose—. Menos mal que no han entrado en el bar hace media hora. ¿Nos vamos?

Subimos al coche. T puso el motor en marcha y en seguida enfilamos la calle en el mismo sentido que habían tomado los guardias. Al doblar la esquina los vimos. Habían parado allí, a la espera de volver a encontrarnos para ver qué hacíamos.

—¡Míralos!

—¡Qué maricones!

—Dale gas, T. Que vean con quién se la juegan.

En ese momento, justo cuando T iba a dar gas ante la sorprendida mirada de los guardias civiles, oímos un ruido brutal y se nos partió el eje de las ruedas delanteras. Nos quedamos ahí, averiados, mientras los guardias ponían el coche patrulla en marcha y se perdían, esta vez sí, por las callejuelas de la ciudad. Creo que alguno de ellos no podía contener la risa.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Que placer, leer al alimón a César y a Fernando.
Deberíais de prodigaros más.

Anónimo dijo...

Que bueno! algo había oido de esa anecdota, pero no tan detallada, me he muerto de risa solo de imaginarmelo, que bueno.
mike.

Anónimo dijo...

A ver si alguien se anima y cuenta la de la cabina, pero no se si nos conviene jejejeje
mike.

Anónimo dijo...

Por favor, contad más cosas, escribid más.
¿Qué es eso de la cabina?

Anónimo dijo...

Lo de la cabina está escrito, convenientemente camuflado, en la novela. Tú ya leíste el original, Moncho. Los demás tendrán que esperar a que se publique.

(Te lo recuerdo, Moncho: tiene algo que ver con un contenedor de basura. Y en cualquier caso, hay muchísimas más anécdotas que sí se podrían contar).

Anónimo dijo...

yo también estaba!
bueno, ahora que ya ha pasado un tiempo, puedo confesar que me cagué.
Literalmente.
O sea que tuve que limpiar calzoncillo.
La verdad, lo juro,... era la próxima que pensaba contar.
Después de explicar la de los piocoletos en Hilarios, y la camioneta, y mi chica, y tal, y tal,...
Me dije, ...
Hostias!, la próxima que cuente la del 124, las metralletas, y el cigueñal partido.
Cuando leía lo de Fernando, lo estaba reviviendo.
César lo ha rematado bien.
Era en Reus.
Y el local se llamaba ...
Me falla la memoria.
Que nos quiten lo bailao!
er jose

Anónimo dijo...

Fue en Reus, sí. Y el local se llamaba "Dadá".

Anónimo dijo...

vaya! cada vez estoy más intrigado con el libro!
mike.

Anónimo dijo...

es que no sé a qué esperas para comprarlo.

Anónimo dijo...

Que majo eres Fernando jejejeje,
esperaré a que lo publiquen,aproposito acabo de hablar con Luis, si,si, con Luis,
que te parece.
mike

Anónimo dijo...

Ah! Pero está vivo?